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EL CINCO DE MAYO

Oda traducida de la que escribió en italiano Alejandro Manzoni a la muerte de Napoleón.

Murió. —Cual yerto quédase,
Dado el postrer latido,
Del alma excelsa huérfano,
El cuerpo sin sentido,
Tal con la nueva atónito
El universo está.
  La hora contemplan última
Del hombre del destino,
Y dudan que en el cárdeno
Polvo de su camino
Pie de mortal imprímase,
Que le semeje ya.

  Le vi en el trono fúlgido
Y fue mi lengua muda;
Cayó, se alzó, y postráronle
Por fin en lid sañuda;
Y al recio grito múltiple
Voz no añadí jamás.
  Virgen de injuria pérfida
Y encomio lisonjero,
Mi Musa, cuando súbito
Se oculta el gran lucero,
Rinde a la tumba un cántico,
No efímero quizás.

  Del Alpe a las Pirámides,
Del Rhin al Guadarrama,
Lanzó tras el relámpago
Él la celeste llama:
Hirió de Scila el Tánaïs,
Y de uno al otro mar.
  Si esto fue gloria, júzguelo
Futura edad; la nuestra
Humíllese al Altísimo,
Que dilatada muestra
De su potente espíritu
Quiso en el hombre dar.

  El zozobroso júbilo
Que un gran designio cría,
Los indomables ímpetus
De quien reinar ansía,
Y obtiene lo que fuérale
Vedado imaginar.

  Todo lo tuvo: obstáculos
Grandes y grande gloria,
Y proscripción y alcázares,
La fuga y la victoria;
Se vio dos veces ídolo,
Dos pereció su altar.

  Dos siglos combatíanse
Cuando su voz oyeron,
Y a él como a ley fatídica
Sumisos acudieron:
Callar les hizo, y árbitro
Sentose entre los dos.
  Y de honda envidia y lástima
Objeto en su caída,
Cerrada en breve círculo
Desperdició su vida,
Odio y amor sin límite
De sí dejando en pos.

  Envuelve y hunde al náufrago
Ola que, alzándole antes,
Dejaba que en el piélago
Con ojos anhelantes
Buscara en vano el mísero
Tierra distante de él.
  Así abismaba al héroe
Tanto recuerdo amargo:
Él de historiarse impúsose
Mil veces el encargo,
Y mil cayole inválida
La mano en el papel.

  Mil veces, ¡ay! al tétrico
Fin de inactivo día,
Bajas las ígneas órbitas,
Brazos con pecho unía,
Y le asaltó en imágenes
El esplendente ayer.
  Y vio las tiendas móviles,
Y armas la luz volviendo,
Y el galopar belígero
Valles henchir de estruendo,
Las imperiosas órdenes
Y el pronto obedecer.

  Quizás, ¡ay! de la pérdida
Rendido al desconsuelo,
Desesperó; mas próvida
Mano llegó del cielo,
Y a la región vivífica
Piadosa le llevó.
  Donde floridos tránsitos
Ofrece la esperanza
Al campo en que magnífico
Premio sin fin se alcanza,
Y noche muda tórnase
La gloria que pasó.

  Bella, inmortal, benéfica
Fe, por do quier triunfante,
De un nuevo triunfo alégrate:
Cerviz más arrogante
Al deshonor del Gólgota
Nunca se doblegó.
  Libra los restos flébiles
Tú de injurioso acento:
Dios que alza y postra, dándonos
Tribulación y aliento,
Ya solitario el túmulo,
Al lado vigiló.

autógrafo

Juan Eugenio Hartzenbusch


Juan Eugenio Hartzenbusch

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