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LAS TRES BELLEZAS

Versos para la primera distribución de premios a la virtud, celebrada en Madrid

Dijo en el Pindo un pastor
A las hermosas de allí
«Bellezas, venid a mí:
Quiero cantar la mayor.»

  Tres solas fueron al juez
Por la vega ancha florida:
La competencia del Ida
Principió segunda vez.

  Llegársele, ya intranquilo,
Vio el pastor a la primera:
Tesoro de encantos era,
Viviente Venus de Milo.

  Naturaleza, empeñada
En su más difícil obra,
Cien gracias le dio de sobra,
La del pudor no sobrada.

  Ella, el ligero cendal
De los hombros derribando,
«Soy (dijo con eco blando)
La Belleza corporal.»

  «De amor, al verte, se inunda
(Repuso el juez) valle y monte:
Ven, y a mi derecha ponte;
Llega la beldad segunda.»

  Con laurel se coronaba,
Y un sol en su frente ardía:
La primera seducía,
La segunda arrebataba.

  «Hija del Numen Ismenio
(Prorrumpió), su lauro doy.
Cántame sola: yo soy
La Belleza del ingenio.»

  Sintió el pastor dentro en sí
Fuego inspirador. —«¡Oh! ven.
Ponte a mi diestra. Mas ¿quién
Viene al certamen tras ti?»

  Con tímido paso lento
Caminaba la postrera,
Corno si allí la trajera
Resistido mandamiento,

  Y no avezada a salir
Nunca de su pobre hogar,
Quisiera el valle cruzar,
Excusando el competir.

  La envolvían hasta el suelo
Pliegues de un manto de lino:
Rasgos de rostro divino
Dejaba entrever el velo;

  Y de su andar al rumor,
Entre las auras movidas,
Harpa y flores escondidas
Música daban y olor,

  Que la razón natural
Creía, sin más aviso,
Fragancia de Paraíso
Y ecos de harpa celestial.

  «Tú eres la beldad sin tilde
(Clamó el pastor); alza el manto».
Bajos los ojos en tanto,
Callaba la hermosa humilde.

  Tras un momento de calma,
Dijo en los aires expresa
La voz de un arcángel: «Esa
Es la Belleza del alma.

  »Con viva solicitud
Conságrale ofrenda pura:
No hay en el mundo hermosura
Más grande que la virtud».

  Asió el pastor anhelante
Del velo a la hermosa en vano:
Con él se quedó en la mano,
Con blanca niebla delante.

  Y en las célicas regiones
La voz añadió: «Mortal,
De la Belleza moral
Se juzga por las acciones.»

Y la niebla se aclaró,
Y, en el fondo de un vergel,
España, la de Isabel,
Al zagal apareció.

  Con su corazón a solas,
Que ardor patriótico inflama,
Vio pasar en panorama
Cien virtudes españolas.

  El silencio en que han yacido
Su alto valor constituye:
Son el Guadiana, que fluye
Bajo la tierra sin ruido.

  El heroísmo tal vez
Más digno de admiración
Queda oculto en un rincón
Sin testigos y sin juez.

  Mas viva en tiniebla densa
Quien el bien haciendo vive:
Lo sabe quien lo recibe,
Y Dios que lo recompensa.

  Vio el pastor en su lugar
Lo que hoy nuestros ojos ven.
Ya quiere España también
La virtud recompensar.

  Allí del falaz Apolo
Arroja el cantor la lira:
Ya mente y labios le inspira
Puro sentimiento solo.

  Él quiso dar un laurel
Y hay ciento aquí prevenidos:
Oigamos con sus oídos,
Viendo y sintiendo con él.

  La virtud se ofendería
Si en épica voz se oyera:
Su gala es ser verdadera,
Y el rubor su poesía.

  Contemplad ¡cuán a deshora
Esa doncella trabaja,
Entre luz trémula y baja
Y el rosicler de la aurora!

  —¿Cuándo al reposo te entregas,
Josefa? Va a amanecer.»
—«¡Ay! tengo que mantener
Mi madre y mi hermana ciegas».

  —«Amalia, dame tu mano;
Tu amor con tu mano pido».
—«Son de mi padre impedido,
Mi anciana madre y mi hermano».

  —«En este claustro hallarán
Fin tus anhelos, María».
—«Mi ama se quedaría,
Si yo la dejo, sin pan.

  «Inseparables las dos,
De aquel propósito cedo:
Sierva del mundo me quedo
por el servicio de Dios.»

  —«Niño, por fin te curé;
Mas tienes que abandonar
Tu ejercicio militar.»
«Mi madre pierde mi pre».

  —Mirad esa, a quien dejó
La razón sin un destello,
Feroz agarrarse al cuello
De aquélla de quien nació.

  Persigue con furia igual
A su hermana otra demente.
«¡Afuera! grita la gente.
Los locos a su hospital.»

  —¡Mi hija! ¡Mi hermana! Yo
La tendré lejos de mí,
Después de mi muerte sí,
Durante mi vida no.

  «Sólo las fuerzas apoca
De mi larga resistencia
La lucha con la indigencia,
No el reluchar con la loca».

  Mas ¿qué desgraciado clama?
Cuatro anegándose están:
Triunfantes bramando van
El Tajuña y el Jarama.

  «Ya la ropa me desciño.
¡Ánimo! no hay que temer.»
¡Acudid a esa mujer
Que tiene en brazos un niño!

  ¡Envía, Dios que lo ves,
Libertador oportuno!
Para los dos hubo uno;
Para hijo y madre hubo tres.

  De tu solio a manos llenas
Vierte, Señor, bendiciones
Sobre tantos corazones
Con sangre santa en las venas.

  No ha muerto aún, ya se ha visto
Con gozosa maravilla;
No ha muerto aún la semilla
Que echó en el Gólgota Cristo.

  Poniendo a los vicios dique,
Premiando el ejemplo bueno,
Se hará que en el buen terreno
Más la virtud fructifique.

  Sociedad, que al bien caminas,
Cuando así le galardonas,
Valen mucho esas coronas
Que cubren otras de espinas.

  Regia mano las ciñó
Y adquieren más precio ya.
¡Feliz quien el premio da!
¡Bendito quien le ganó!

1861.

autógrafo

Juan Eugenio Hartzenbusch


Juan Eugenio Hartzenbusch

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