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LA CASA DE LA MADRE

A los serenísimos señores Infantes, Duque y Duquesa de Montpensier

El sueño final dormía,
Tendida en funérea caja
Con blanca y negra mortaja,
La joven madre María.

  Y hallando el acceso franco,
Un niño en la sala entró,
Y muerta a su madre vio,
Vestida de negro y blanco.

  Miró el niño el cuerpo inerte
Con infantil impiedad:
Estaba en la tierna edad
Que aun ignora que haya muerte;

  Mas causáronle estupor
Aquellas manos en cruz,
Y aquel traje, y tanta luz
De su madre en derredor.

  Le alzó en brazos por detrás
Un mancebo con cariño:
Sacaron de casa al niño,
Y a su madre no vio más.

  En un templo cierto día
Dar vio reverente culto
A un triste y hermoso bulto,
Que blanco y negro vestía.

  Cercábanle ardientes cirios;
Las manos le vio cruzadas,
Y en el pecho siete espadas
Indicando sus martirios.

  «¡Mirad a mi madre allí!»
El niño al punto exclamó.
Un joven le dijo: «No.»
Le dijo una anciana: «¡Sí!

  Lo es tuya de varios modos
María, que allí se ve.
—María mi madre fue.
—María es madre de todos.»

  Juntó con piadoso error
El niño (y hombre las junta)
La madre que vio difunta
Con la Madre del Señor.

  Y dulce interés despierta
Oírle en voz conmovida:
«Primer recuerdo en mi vida
Fue ver a mi madre muerta.»

  «Veloz el tiempo corrió:
Si el bien alcanzo que anhelo
Veré a mi madre en el cielo,
Joven ella, viejo yo.»

  A joven no era llegado,
Y unas flores vio arrancar
De tierra que fue solar
De humilde albergue arruinado.

  Y un hombre dijo sombrío,
Suspendiendo su labor:
«Donde esta campestre flor,
Nació tu madre, hijo mío.»

  «La casa materna, altar
Debe para el hijo ser:
¡Feliz, si viene a caer,
Quien la puede levantar!»

  Por más que al hijo desplace,
Poco el suelo poseyó
Donde su madre nació,
Nunca el suelo donde yace.

  Al muro que el tiempo arrasa
Da tumba naturaleza,
Ni aun deja ver la maleza
Las ruinas de aquella casa,

  Ruina era así la capilla
Que, depuesto el rudo almete,
Alzó sobre el Tagarete
El Rey que ganó a Sevilla.

  Morada en tiempos mejores
Fue de la mística flor,
Que es Madre del Redentor
Y Madre de pecadores.

  Ni el nombre más venerando
Las iras del Tiempo ablanda;
Mas vio por tierra Fernanda
La fábrica de Fernando;

  Y el digno Esposo la vio,
Que es de Príncipes ejemplo;
Y a la voz de entrambos, templo
La ruina resucitó.

  ¡Bien haya el amor filial
De la pareja querida,
Que alza la casa caída
De la Madre universal!

  Aceptad la predicción
De aquel hijo lastimado:
Por su boca os ha enviado
María su bendición.

  La obra de piedad que hacéis,
En sí el galardón encierra:
Dad a Dios casa en la tierra,
Y en el cielo la tendréis.

21 de septiembre de 1869.

autógrafo

Juan Eugenio Hartzenbusch


Juan Eugenio Hartzenbusch

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