V
Cuando ya su piragua los raudales remonta,
brinca el indio, y entrando por la selva malsana,
lleva al pecho un carrizo con veneno de iguana
y el carcaj en el hombro con venablos de chonta.
Solitario, de noche, los jarales trasmonta;
rinde boas horrendos con la recia macana,
y, cayendo al salado, por la trocha cercana
oye ruido de pasos... y al acecho se apronta.
Ante el ágil relámpago de una piel de pantera,
ve vibrar en lo oscuro, cual sonoro cordaje,
los tupidos bejucos de feroz madriguera;
y al sentir que una zarpa las achiras descombra,
lanza el dardo, y en medio de la brega salvaje
surge el pávido anuncio de un silbido en la sombra.
José Eustasio Rivera