ALTAS TERNURAS
IX
Terriblemente pálida, a tu lecho
te llevé... y vi, por la hemorragia rojos
tus labios mustios; tus abiertos ojos
grandes y acuosos, fijos en el techo.
Te entrelacé las manos sobre el pecho,
y tus miembros, aún tibios flojos,
palpé aturdido... y ante tus despojos,
permanecí de un hálito en acecho.
Fue lentamente, congelando el frío
tus facciones augustas y serenas;
quedó tu cuerpo rígido y... vacío;
porque, bajo tu carne de azucenas,
también huyó, con el sangriento río,
hasta el azul del cauce de tus venas.
Julio Flórez