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EL BARQUERO MISTERIOSO

                I

Guarda tu corazón cuando me vaya,
guarda tu corazón cuando me aleje
y en esta triste y sutibunda playa
por la primera vez sola te deje.

Hoy voy a abandonar esta ribera;
la hora se avecina... ¡ya no tarda!
¿Lloras? ¿Por qué?... ¿Porque me voy? Espera,
si he de volver, ¿por qué lloras? ¡Aguarda!

Escucha: sólo voy hasta la orilla
de aquel islote en cuyas rocas yertas
a los rayos del sol el nácar brilla;

hoy comienzo a cumplirte mis ofertas;
¿que a qué voy? A traerte una cestilla
de caracoles y de conchas muertas.

                II

Dijo, y ya sobre el mar y bajo el cielo
el dulce amante se alejó cantando,
mientras en el azul su albo pañuelo
trazaba un volveré de cuando en cuando.

Ella desde la orilla solitaria
lo vio perderse en el confín remoto;
la rodilla dobló... y una plegaria
elevó a Dios su corazón devoto.

¿Rugió la tempestad? ¿El Ponto airado
a otras playas oscuras y desiertas
arrojó al venturoso enamorado?

¡Oh secreto que el alma me acuchilla!
¡El dulce amante de las conchas muertas
no ha vuelto aún... ni volverá a la orilla!



Julio Flórez


«Oro y ébano» (1925)

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