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MÁS ALLÁ

Dejando atrás ventisqueros,
abismos dejando atrás,
llegó al poeta a la cumbre
donde el águila caudal
cuelga su nido y contempla
a solas la inmensidad,
donde primero fulgura
la blanca luz matinal
y el sol del ocaso prende
su último y triste fanal;
donde la gloria deslumbra,
donde el laurel vive más,
y dijo mirando al cielo:
¿Por fin voy a descansar?
Aquí está el reposo... Entonces
del abismo sideral
surgió una voz que le dijo:
¡No!, desciende, ¡aquí no está!
¿En dónde, pues? —dijo el bardo—
Dijo la voz: ¡Más allá!

La noche se ennegrecía,
sollozaba el vendaval,
el rayo tajaba nubes,
lloraba la tempestad.
Como otro Ahasvero el poeta
la falda empezó a bajar
ante el fragor de los cielos;
sobre el hostil lodazal,
la lluvia, el viento y el frío
la azotaban sin piedad;
de una roca en la pendiente
halló una gruta al pasar
y dijo mirando al cielo:
¿Aquí podré descansar?
Aquí está el reposo... Entonces
del abismo sideral
surgió una voz que le dijo:
¡No!, desciende, baja más.
¿Adónde, pues? —dijo el bardo—.
Dijo la voz: ¡Más allá!

Heridos los pies, los bucles
flotando entre el huracán,
siguió el poeta el descenso:
bajó más y más y más,
hasta que al fin en la orilla
del inconsolable mar
halló como adormecida
una espléndida ciudad,
golpeó con mano fuerte
de un palacio en el portal;
confundido en el silencio
que embargaba su ansiedad
murmuró mirando al cielo:
¿Aquí podré descansar?
Aquí está el reposo... Entonces
del abismo sideral
surgió una voz que le dijo:
¡No! desciende, baja más.
¿Adónde, pues? —dijo el bardo—.
La voz le dijo: ¡Más allá!

Siguió su marcha el poeta
y al salir de la ciudad
halló una puerta de hierro
abierta de par en par.
El silencio era profundo,
inmensa la soledad,
cipreses, barras y cruces
tras la puerta, y nada más.
Entró, pero al primer paso
de un antro en la cavidad
cayó el poeta rendido
después de tanto luchar
y dijo mirando al cielo
¿Por fin voy a descansar?
Aquí está el reposo... Entonces
de aquella sima glacial
surgió una voz que le dijo
con la más tierna piedad:
—Cierra los ojos, poeta,
porque el reposo aquí está.
Los cielos son impasibles,
la tierra es madre inmortal,
cierra los ojos y duerme.



Julio Flórez


«Oro y ébano» (1925)

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