EL SOL, DESDE EL CÉNIT, RESPLANDECIENTE1
El sol desde el cénit resplandeciente,
disparando los dardos de su frente
en campo abierto, azul, limpio de galas,
cual si hubiesen barrido los querubes
los espesos encajes de las nubes
con los blancos plumones de sus alas.
El aire quieto... Allá en la lejanía
muda la gigantesca serranía.
Abajo, el verde mar de la Sabana.
Y en medio a tanta luz, áspera y fuerte,
anunciando en los ámbitos tu muerte
la monótona voz de una campana.
¡Tú, muerta! ¡en los albores de la vida!
sin una decepción, sin una herida...
¿tú, la hermosa, la flor no deshojada,
tú, la virgen, la cándida, la pura
cayendo en la medrosa sepultura?
¿Ser luz, ser fuego, y convertirse en nada?
¡Imposible! ¡Jamás! Si tú moriste
el cielo no es un mito, el cielo existe
y hacia él alzaste al expirar, el vuelo.
¡No se concibe el mar sin el rugido,
no se comprende el ave sin el nido
ni se concibe el ángel sin el cielo!
Allá te veo; allá miro tus huellas
como un surco formado con estrellas.
Allá te miro con tus mismas galas;
quizá por eso, alegres los querubes
barrieron los encajes de las nubes
con los blancos plumones de sus alas.
Julio Flórez
1 También titulado ANTE UNA MUERTA
2 Otras versiones: ¿Muerta tú? ¡en los albores de la vida!