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¡ELÍ, ELÍ, LAMMA SABACTHANI!

Bañada en sangre la radiosa frente,
en la cruz infámente el Cristo expira;
y al expirar, la ya desfalleciste
cabeza, roja como el sol poniente,
sobre los hombros dislocados gira.

Ha llamado a su Padre, y lo ha llamado
con el más hondo y penetrante grito,
pero la voz del gran Crucificado
al volar a los cielos se ha apagado
en la sorda mudez del infinito.

Por eso, melancólico y sombrío,
al contemplar la realidad desnuda,
las pupilas revuelve en el vacío,
muda protesta del que siente el frío
del arpón implacable de la duda.

Son las tres de la tarde; el firmamento
calla, y el sol con rayo moribundo,
bajo las nubes que desgarra el viento
ilumina el cadáver macilento
y exangüe ya del Redentor del Mundo.

¡Oh Cristo! Si a pesar de tus dolores
y de tu santidad, en las alturas
nadie escuchó tus férvidos clamores,
¿Quién nos oirá a nosotros, pecadores
eternos de este valle de amarguras?



Julio Flórez


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