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LOS POSTRES DE LA MERIENDA

El sol quemaba, y al mediar el día
interrumpió Francisco la faena:
una faena trabajosa y ruda,
menos propia de hombres que de bestias.
Y laxos ya los músculos de acero,
medio asfixiado, con las fauces secas,
limpiándose los ojos escaldados
y mascando el polvillo de la tierra,
a la sombra candente de un olivo
se dispuso a comerse la merienda:
un pedazo de pan como caliza
y un trago de agua... si la hubiese cerca.
«¡Y entavia gruñi el amo! —meditaba—.
Pus no sé yo que más jacel se puea
que trabajal jasta que el cuerpo dici
que aunque quiera no pue jacel más fuerza.
¡Y gruñí! Y pa ganal los cuatru realis
es menestel queal jecho una breva,
y estrozalsi la ropa, y no traelsi
ni un cacho tajaína pa merienda
pa que el cuerpo no diga que no puedi
y se abarranqui con la carga a cuestas.
Y ahora menos mal que los jornalis
rejundin más, aunque sual me cuestan;
pero n'amás que pase el tiempo esti
con tres realis pelaos uno se quea,
jasta que espués la bellotera ayúe
y espués también la aceitunera venga,
pa que siquiera otro mesín poamos
ganal escasamenti la peseta.
Y luego... los tres realis, y el invierno
que se pue regilal sin cuasi leña
ni aceiti p'al candil ni na de trigo,
que se poni a cincuenta la janega.
No quea más que el ajo de patatas,
si hay algo de cundío pa cocelas,
que no lo habrá si la mujer no sali
por ahí avelgonzá con la aceitera.
Ya podía robali al amo mesmo
bellotas y aceitunas pa vendelas,
y cosas de más valía que tieni
juera de casa y en su casa mesma.
Pa jacelo me sobran asaúras,
me sobra halbelía, me sobra juerza,
pero ejaba perdía a la mi genti
si en el ajo me cogin y me enrean.
¡Y aunque no! Ni mi padri jizu eso
ni me ijo enjamás que lo jiciera,
ni aninantis he sío de la uña
ni quieri la mujel que ahora lo sea.
¡Ni falta que jacía ni pensalo
con un jornal contino de peseta!;
pero súas y súas como un negro
y a ganalo algún mes cuantis que llegas.
¡Y asín tiene que sel! Yo no me arrocho
a jacel la bruta mas que me muera,
porque a mí no me sale la robaina
¡y antis me junda que me jaga a ella!
Seguiremos asín, como poamos,
aguantando, aguantando lo que venga,
jasta que ya se llenin las medías,
¡porque me gieri que el muchacho y ella
no se puéan jartal de pan de trigo
ni un torresnino pa colalo tengan!...»
Por aquí iba Francisco en sus pensares
cuando de pronto resonó ya cerca
el trote de la jaca que montaba
el amo que no daba la peseta
Y ante Francisco, en ademán airado,
gruñó el verdugo con la voz muy seca:
«No quiero jornaleros comodones
que a la sombra tan frescos se me sientan,
ni señoritos finos que se tardan
una hora en comerse la merienda.
La herramienta parada, tú sentado,
y luego, ¡que te paguen a peseta!
Te debo medio día, deja el corte
y a la noche te vas a por la cuenta.»
No dijo más, y al trote de la jaca
salió del olivar por la vereda.
Mirándole Francisco como a veces
suele mirar al domador la fiera,
murmuró con la voz un poco ronca,
preñada de amenazas y algo trémula.
«¡Me caso en Reus!... ¡Lo que yo jaría
si el chico y la mujel se me murieran!...»

autógrafo

José María Gabriel y Galán


«Extremeñas» (1902)

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