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EL CANTAR DE LAS CHICHARRAS

                        I

Que se queman los lugares,
los azules olivares,
los dormidos encinares
y las viñas, y las mieses, y los huertos,
bajo el hálito encendido
que desciende desprendido
como plomo derretido
de este sol abrasador de los desiertos.
Se han dormido las riberas,
y las gentes de las eras,
y las moscas volanderas,
y los flacos aguiluchos cazadores;
se han dormido en la hondonada
la pacífica yeguada,
la doméstica boyada,
los mastines, el rebaño y los pastores.
En los rígidos pimpollos
de alcornoques y trepollos
se recogen con sus pollos
angustiados pajaruchos montesinos,
y en los céspedes dormitan,
y jadean y palpitan,
se sotierran y crepitan
anillados gusarapos mortecinos.
Fuego radian los jarales,
y los grises pizarrales,
y los blancos pedernales,
y los líquenes de oro de los canchos;
se platean los rastrojos,
se requeman los matojos,
se retuercen los abrojos,
y se azulan los aceros de sus ganchos.
¡Todo ha muerto en la comarca!
Hierve el agua de la charca
que el ijar del tono enarca
y acentúa de la alondra las congojas;
vibra el aire en la colina,
zumba el tábano en la encina
e hipnotizan la retina
las metálicas quietudes de sus hojas.
Yo los párpados entorno
bajo el peso del bochorno
viendo a medias en el horno
de la tierra la agonía del paisaje,
y me sueño con las frondas,
con los ríos de aguas hondas,
con las márgenes redondas
de los lagos circuidos de follaje...
La extensión indefinida
de la tierra empedernida
pierde el tono de la vida
que en el seno solo vive de la idea...
Es el sueño de un despierto,
es la calma del desierto,
es un vivo mundo muerto...
¡Es la ardiente Extremadura que sestea!...
Y la aduermen esta nota
monorrítmica que brota
de mi pobre lira rota,
que la reza bajo el palio de la parra,
y el unísono rasgueo,
y el isócrono goteo,
el perenne martilleo
del monótono cantar de la chicharra.

                        II

Vete lejos, linda Andrea,
que el bochorno me marea,
me emborracha, me caldea,
me pervierte los sentidos perezosos...
Vete lejos, criatura,
ue en tus labios hay frescura
y en mi sangre calentura,
y en mi mente sueños árabes borrosos...
Muchachuela: no son esos,
no son risas, no son besos,
son más graves embelesos
los que encantan mis ardientes melodías...,
sonsonetes de chicharra,
sombra fresca de la parra,
agua fría de la jarra,
dulce holganza y uniformes canturías...
Hondamente enervadoras,
blandamente abrumadoras
las quietudes de estas horas
se recuestan en el lecho de mi mente,
y el espíritu abatido
que las vive adormecido
va rumiando su sentido
gravemente, suavemente, lentamente...
¡Qué flojera, qué flojera!
¡Qué pesada soñarrera!
¡Qué enervante borrachera
de pereza los sentidos narcotiza!
¡Qué modorra, qué modorra!...
¡Qué penumbra de mazmorra...
los contornos casi borra
del premioso pensamiento que agoniza!...
¡Vete y vuelve, muchachuela,
que me dejas una estela
de frescura que consuela
cuando pasas, cuando pasas a mi lado!
¡Trae la jarra, trae la jarra!
¡Qué se calle la chicharra!
¡Qué las hojas de la parra
mueva el hálito del céfiro encalmado!
¡Pero no, que el fuego es vida;
y bajo esta derretida
lumbre roja desprendida
de ese sol abrasador de los desiertos,
vida incuban los lugares,
sus azules olivares,
sus dormidos encinares,
y sus viñas y sus mieses y sus huertos!
Y entre tanto, lira mía,
tú con bárbara armonía
de chicharra, dile al día
los contrastes que me brinda la fortuna;
de mañana, brisa y parra;
en la siesta, la chicharra,
y a la noche, la guitarra,
las muchachas, los ensueños y la luna...

autógrafo

José María Gabriel y Galán


«Extremeñas» (1902)

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