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A... EN EL BAILE

¿Quién hay, mujer divina,
Que al mágico poder de tus encantos
Pueda ya resistir? El alma mía
Se abrasó a tu mirar: entre la pompa
Te contemplé del estruendoso baile,
Altiva y majestuosa descollando
Entre tanta hermosura,
Cual palma gallardísima y erguida
De la enlazada selva en la espesura.
De tu rosada boca la sonrisa
Mas grata es ¡ay! que en el ardiente julio
De balsámica brisa el fresco vuelo,
Y tus ojos divinos replandecen
Como el astro de Venus en el cielo.

Mas ágil y serena,
Al compás de la música sonante
Partes veloz, y mi agitado pecho
Palpita de placer. Cual azucena,
Que al soplo regalado
Del aura matinal mueve su frente,
Que coronó de perlas el rocío,
Así, de gracias y de gloria llena,
Giras ufana, y la expresión escuchas
De admiración y amor, y los suspiros
Que vagan junto a ti; pues electriza
A todos y enamora
Tu beldad, tu abandono, tu sonrisa,
Y tu actitud modesta, abrasadora.

¡Ay! todos se conmueven:
Sus compañeras tristes, eclipsadas,
Se agitan despechadas,
Y ni a mirarla pálidas se atreven.
Ellos arden de amor y ellas de envidia.

¿Y engaños y perfidia
Se abrigarán en el nevado seno
Que hora palpita blandamente, lleno
De celeste candor?... —¡Afortunado
El mortal a quien ames encendida,
A quien halagues tierna y amorosa
Con tu mirar sereno y blanda risa...!

Divina joven, ¿me amarás? ¿quién supo
Amar ¡ay! como yo? Tus ojos bellos
Afable pon en mí; seré dichoso.
En tus labios de rosa el dulce beso
Ansioso cogeré: ¡sobre tu seno
Reclinaré mi lánguida cabeza,
Y espiraré de amor...!
                                      ¡Mísero! en vano
Hablo de amor, en ilusión perdido.
¡Ángel de paz! de ti correspondido
Nunca ¡infeliz! seré. Mi hado tirano
A estériles afectos me condena.
¡Ay! el pecho se oprime; consternado
Me agito, gimo triste,
Y me siento morir... —¡Dios que me miras,
Muévate a compasión mi suerte amarga,
Y alivia ya la insoportable carga
Del corazón ardiente que me diste!

        *         *         *         *         *

Tú eres más bella que la blanca luna
Cuando en noche fogosa del estío,
Precedida por brisas y frescura,
En Oriente aparece,
Y sube al yermo cielo, y silenciosa
En medio de los astros resplandece.

        *         *         *         *         *

Su indigno compañero
La lleva entre sus brazos insensible,
Y yerto, inanimado,
Gira en torno de sí los vagos ojos,
Y sus gracias no ve...
                                      No más profanes,
Insensible mortal, ese tesoro,
Que no sabes preciar: ¡huye! ¡mis brazos
Estrecharán al inflamado seno
Ese ángel celestial!... —¡Oh! si pudiera
Hacerme amar de ti, como te adoro,
¡Cuál fuera yo feliz! ¡Cómo viviera
Del mundo en un rincón, desconocido,
Contigo y la virtud!...
                                    Mas no, infelice;
Yo de angustia y dolores la llenara;
Y en su inocente pecho derramara
La agitación penosa
Que turba y atormenta
Mi juventud ardiente y borrascosa.

¡No, mujer adorada!
Vive feliz sin mí... Yo generoso
Gemiré y callaré; seré dichoso,
Si eres dichosa tú... Benigno el cielo
Oiga mis votos férvidos y puros,
Y en tu pecho conserve
De inocencia la calma,
La deliciosa paz, la paz del alma,
Que severo y terrible me ha negado,
Cuando me ha condenado
A gemir, y apurar sin esperanza
Un doloroso cáliz de amargura,
Y a que nunca me halaguen
Sueños de amor y plácida ventura.

(Diciembre de 1821)

autógrafo

José María Heredia


«Poesías líricas de don José María de Heredia» (1893)
Poesías amatorias


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