A MI CABALLO
Amigo de mis horas de tristeza,
Ven, alíviame, ven. Por las llanuras
Desalado arrebátame, y perdido
En la velocidad de tu carrera,
Olvide yo mi desventura fiera.
Huyeron de mi amor las ilusiones
Para nunca volver, de paz y dicha,
Llevando tras de sí las esperanzas.
Corriose el velo: desengaño impío
El fin señala del delirio mío.
¡Oh! ¡cuánto me fatigan los recuerdos
Del pasado placer! ¡Cuánto es horrible
El desierto de un alma desolada,
Sin flores de esperanza ni frescura!
Ya ¿qué le resta? —Tedio y amargura.
Este viento del sur... ¡ay! me devora.
Si pudiera dormir... En dulce olvido,
En pasajera muerte sepultado,
Mi ardor calenturiento se templara,
Y mi alma triste su vigor cobrara.
Caballo ¡fiel amigo! Yo te imploro.
Volemos, ¡ay! Quebrante la fatiga
Mi cuerpo débil: y quizás benigno
Sobre la árida frente de tu dueño
Sus desmayadas alas tienda el sueño.
Débate yo tan dulce refrigerio...
Mas, otra vez avergonzar me hiciste
De mi insana crueldad y mi delirio,
Al contemplar mis pies ensangrentados,
Y tus ijares ¡ay! despedazados.
Perdona mi furor: el llanto mira
Que se agolpa a mis párpados... Amigo,
Cuando mis gritos resonar escuches,
No aguardes, no, la devorante espuela:
La crin sacude, alza la frente, y vuela.
(1821)
José María Heredia