EPÍSTOLA A RAFAEL ALBERTI DESDE LA TIERRA DE CARBAJALES
Desde una tierra donde
España yace como
en siglos arropada injustamente y dormida.
Bajo mi juventud
de potro y hombre
triste, Alberti, amigo, compañero en la orilla
de la esperanza, oh, bajo
mi corazón te nombro
este silencio y esta durísima ceniza
de la patria:
¿Quién puso
la palabra comercio, o sangre, o muerte, unida
a la niñez? ¿ Quién hizo
el miedo por las calles,
quién despojo la limpia
ternura de los niños? Porque recuerdo ahora
de qué color la vida
se ponía en la tarde,
cómo calzaba a nuestros sueños, cómo
los crecimientos iban
sin luz. Era terrible.
De repente y sin más, igual que un agua fría
nos cayó la tristeza,
para siempre, varones
acosados sin lágrimas, perdida
la fe, perdida
nuestra generación de larga espera.
Acuso hoy como un hombre que tiene
el pecho en alto y un viento verde atiza
sus espaldas. ¿Qué rasa
atardecida
nos abrirá los puentes del silencio, querrá darnos
la voz, la juventud, el aire
claro y la alegría
humilde? Alberti, Alberti,
si vieras las espigas
de la patria, su cielo
azul, el alcotán, el alma
mísera de Castilla, aún tan hermosa,
pero tan apagada y tan vencida...
Tomando la amistad por tu hombro izquierdo
si estuvieses aquí, te llevaría
una mañana al campo
para que vieras las palomas blancas
y grises y zuritas.
Y te hablaría como a un viejo padre
de las cosas sencillas,
a ver si con hablarte y con oírte
lleno de amor, de sueño y metal puro
en el alfar de España amanecía.
Jesús Hilario Tundidor