ODA XXXII
DEL VIVIR DE LAS FLORES
¡Oh! ¡cómo gayas flores
En un momento os veo
Rotos y a los capullos
Flotar libres al viento!
Anoche de su cárcel
En el círculo estrecho,
Sin belleza las hojas,
Sin ámbares el seno;
Y hoy erguidas y ufanas
A los ojos riendo,
Embriagáis de delicias
La nariz y el deseo:
Esmaltando vistosas
De colores diversos
En un grato desorden
La frescura del suelo.
Ya en alfombra galana,
Ya por grupos espesos,
O entre el verde más lindas
De aquí y de allá saliendo.
Cien insectos alados
Van y vienen a un tiempo
Y os adulan y mecen
En sus plácidos juegos.
Aquí la mariposa
Cesa alegre su vuelo,
Para ornaros brillante
Cuando os liba sus besos.
Las melifluas abejas,
Labrando allí en silencio,
El almíbar os roban
Con solícito anhelo.
Y allá el blando favonio,
Derramado y travieso,
Si al pasar os inclina,
Os levanta volviendo.
A par que de las hojas
Benévolo el Sol bello
Los matices anima
Con sus vivos reflejos:
Y vosotras alzando
Más lozanas el cuello,
En un feudo de aromas
Le pagáis de sus fuegos.
¡Ah, por qué, amables flores,
Brilláis solo un momento,
De las dichas imagen,
Y a las bellas ejemplo!
O naced más temprano,
O no acabéis tan luego;
Y dejadle a mis glorias
El pasar como un sueño.
Juan Meléndez Valdés