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La tarde de domingo es quieta en la ciudad evacuada. A la orilla de las carreteras la gente planta su diversión afanosamente. Hasta este «contacto con la naturaleza» se toma con trabajo, y los carros se amontonan promiscuamente, lo mismo que las gentes que se quedaron en los cines, en los toros y en otros espectáculos. Nadie busca, en verdad, la soledad, y nadie sabría qué hacer con ella. «Es bueno tomar el aire limpio de tales horas»: este espíritu gregario sólo da recetas para vivir.

Igual que la borrachera de los sábados, las visitas a las casas de amor y hasta las maneras del coito, se estereotipan. La vida moderna es la vida del horario y de la mediocridad ordenada. Dios baja a la tierra los domingos por la mañana a las horas de misa.

Pero esta tarde es quieta y libre. El inmenso cielo gris, inmóvil, iluminado, se extiende sobre las casas de los hombres. Y uno sabe, recónditamente, que es perdonado.

autógrafo
Jaime Sabines


«Diario semanario y poemas en prosa» (1961)

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