En el estadio de la ciudad los borrachos caminan en círculo: cinco metros de rodillas, cinco de pie y cinco de cabeza. Después de esto, cogen su cuerpo del cuello y se arrastran hasta llegar al lugar de partida.
En el círculo que recorren los borrachos hay una laguna, un incendio, un prado cubierto de niebla y muchos vidrios de sol en el suelo. El ángel guardián de los borrachos es siempre una mujer desnuda que está delante de ellos. Cuando el borracho abre los ojos deja de ver.
La palabra con que habla el borracho es un alambre violeta. Sólo el calor del trago le llena el pecho de arañas que hablan obscuramente.
Los borrachos que gritan no duran mucho, se derraman como una arteria rota. Los silenciosos están siempre conversando con Dios.
El diablo es el reverso de la moneda de Dios, la única moneda que les queda después de todo, la que usan para pagar su último trago.
¡Hay que ver la marcha de los borrachos, entre los reflectores de la ciudad, esta semana y la otra, a partir de las once de la noche!
Jaime Sabines