LA CARIDAD
A mi hijo Roberto

¿Qué es esa bulla, hijo mío,
Que oigo llegar a mi estancia;
Esa alegre vocería,
Esa insultante algazara;
Qué es ese ruido de sedas,
Qué el brillo de esas alhajas,
Quién lleva tanto perfume,
Qué despide tal fragancia,
Qué es esa cabeza erguida
Y qué esa altiva mirada?
Dime, qué desdén es ese
—Un rico que va de gala.
—Hijo, no es eso, no es eso:
Es, la vanidad que pasa...
¿No ves que al lado, hijo mío,
De esa momia perfumada,
Van unos necios doblados
Como la flexible caña,
Que si la momia se ríe
Dan ellos la carcajada,
Que si saluda, saludan,
Que si ella para, ellos paran,
Que si grita, gritan ellos,
Y en callando ellos se callan?
¿Sabes, hijos, quiénes son?
—Gentes que a ese rico halagan.
—No hay tal, esto es, hijo mío:
La humanidad que se arrastra.

¿No ves a ese hombre que pisa
La puerta de nuestra casa,
Que sus miembros ateridos,
Sus carnes amoratadas,
Con sucios harapos cubre,
Con el girón de una manta?
¿No ves que sin exhalar
Una queja de su alma,
Pidiendo un pan por su Dios
Su temblosa mano alarga?
¿Sabes quién es, hijo mío?
—Un ser que sin rumbo vaga.
¡Ay! hijo, no es eso, no:
Es, la miseria que llama.
¿Ves esa niña tan linda,
Tan risueña y tan rosada,
Que al ver a ese hombre que llega
Al umbral de nuestra casa
Y en nombre de Dios le tiende
Una mano descarnada,
Ella, la niña, tan limpia,
Tan alegre y tan galana,
Corre a buscar la limosna
Para ese pobre que llama?
¿Sabes la niña quién es?
—Yo sé, padre, que es mi hermana.
—Hijo, no es eso, esa niña
Es, la caridad cristiana...
Oye bien: no imites nunca
A quien luce por sus galas,
Y mucho menos imites
A aquel que a sus piés se arrastra,
Piensa siempre en ese pobre
Que un pan a la puerta aguarda,
Recordando en todo tiempo
La caridad de tu hermana,
Sin olvidar la sentencia
Que te dejo aquí copiada:
«No niegues tu pan al pobre
Que de puerta en puerta llama,
Quizá te enseñe el camino
Que tú seguirás mañana».