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A D. JACINTO DE SALAS Y QUIROGA

Es el poeta en su misión de hierro,
Sobre el sucio pantano de la vida,
Blanca flor que, del tallo desprendida,
Arrastra por el suelo el huracán
Un ángel que pecó en el firmamento,
Y el Señor en su cólera le envía
Para arrostrar sobre la tierra impía
Largas horas de lágrimas y afán.

      Por eso su memoria tiene un cielo,
Y una sublime inspiración su alma;
Por eso el corazón, de triste duelo
            Vestido está también.
Que por único alivio en su tormento
Sólo le queda una canción inútil,
Y una corona que la arranca el viento
            De la abrasada sien.

      Tú lo sabes mejor, que lo has llorado,
Poeta del dolor, bardo sombrío;
Tú que a remotos climas has llevado
Tu noble y melancólico cantar,
      Como los pliegues de la parda niebla
Errante cruza un ave misteriosa,
Y de armonía con sus cantos puebla
La corrompida atmósfera, al pasar.

Que tú a la vida naciste
Como pacífico arrullo
De aislada tórtola triste;
Como fuente abandonada
Que levanta su murmullo
Sobre la peña olvidada.
Como el ósculo inocente
Con que el maternal cariño

Selló la tranquila frente
De su hijo más pequeño;
Como el suspiro de un niño
Al despertar de su sueño.

      Cumple, sí, tu misión sobre la tierra,
Camina en paz, errante peregrino,
Hasta leer el porvenir que encierra
            El libro del destino
            Escrito para ti;
Hasta que expiren los revueltos días
Que señaló en su mente Jehová,
Y en tu destierro tu delito expías,
            ¡Ay! porque escrito está
            Que has de salir de aquí.

      De aquí, del hediondo suelo
Donde te mandó el Señor
Detener tu raudo vuelo,
Para cantar tu dolor
Sin que se oyera en el cielo.
      Y bien posó tu amargura
Al traerte a esta mansión,
Dando al hombre en su locura
Una soñada ventura
Que no está en tu corazón.
      Que él no comprende el tormento
Que tu espíritu combate,
Ese amargo sentimiento
Que tu noble orgullo abate,
Nacido en tu pensamiento.
      —«Hay una flor que embalsama
El ambiente de la vida,
Y su fragancia perdida
Tan sólo no se derrama
En tu alma dolorida».—
      Es un privilegio impío
Mirar el placer ajeno
En su loco desvarío,
Y en el corazón vacío
Sentir acerbo veneno.
      Y con ojo avaro, ardiente,
Ver tanta mujer hermosa,
Con esa tez transparente,
Con esa tinta de rosa
Sobre la tranquila frente.
      Ver tanto feliz galán,
Tanta enamorada bella,
Que en plática amante van
Sin curarse él de tu afán,
Sin adivinarle ella
      ¡Y el poeta en su misión
Apurando su tormento!
Sin alivio el corazón,
¡Sin más que una maldición
Escrita en el pensamiento!
      De su sentencia mortal
Con un día y otro día
Llenando el cupo fatal,,
Cual lámpara funeral
Iluminando una orgía.

autógrafo

José Zorrilla


José Zorrilla

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