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ROMÁNTICA

A Amado Nervo (de México)

Tu recuerdo es como un olor de rosas,
A cuya sugestión mi pecho siente,
Esa melancolía de las cosas
Que guarda el aposento de un ausente.

La última tarde, como el viento fuera
Un poco más cordial que en estos días,
Llegó esa exhalación de primavera
Al huerto de mis breves alegrías.

La glorieta con su ámbito desierto
Evocaba tus largos peinadores,
Y dorado de otoño hacía el huerto
La caridad de sus postreras flores.

En el lago espectral, la clara luna
Que da el insomnio del amor aciago,
Regaba sus fulgores como una
Camelia deshojada sobre el lago.

Alguno refería en la enramada
La historia de un amor, ahora yermo.
Con la voz temerosa y mesurada
Como en consulta sobre un niño enfermo.

Y tu nombre surgió de aquella obscura
Narración, avivando ignotas huellas;
Y al eco de tu nombre en la espesura.
Toda mi noche se nevó de estrellas.

Y te vi como en esa hora distante,
Cuando al efluvio de amistad que deja
Tu falda, me sentí un poco gigante,
Y bueno como un ángel o una oveja;

Como en ese crepúsculo sombrío.
Cuando ante el duelo de las hojas mudas,
Nuestras almas vistiéndose de hastío,
Se parecían como dos viudas...

En esa tarde y ésta, iguales miedos;
Igual tristeza en el follaje inerte;
Y tú a mi lado y en tus finos dedos
Una sutil insinuación de muerte.

Mi huérfano dolor, como un ropaje
Demasiado magnífico, te abruma;
Mientras tu fantasía, en un miraje
De arborescencia capilar se esfuma.

Y ese miraje cuya sombra arranca
Toda su luz a tu mirada fija,
Está flotando en la tiniebla blanca
Del ópalo que adorna tu sortija.

Con languidez de plenilunio boya
En descompuesta carnación de almendra,
El ánima fluida de la joya
Que en gota de coñac su luz acendra.

A su influjo despiertan mis cautivas
Penas, renace mi abatido encanto,
Y me acojo a tus manos evasivas
Para que el pecho no me duela tanto.

Son pobre lenitivo a mi amargura,
La aquiescencia trivial de tu elegante
Sombrilla, y la etiqueta un poco dura
Que autoriza la punta de tu guante.

Tu carne se congela en alabastro,
Y mi palabra, en ti, solo despierta
Una vaga sonrisa, como el rastro
De una hoja seca sobre el agua muerta.

Fúnebre es tu candor adolescente
Que la luna sonámbula histeriza,
Y el perfume de nardo decadente
En que tu alma pueril se exterioriza.

Fría en el mármol cruel de tu inocencia,
A la hosca fíera que en mi amor te brama,
Sonde tu romántica indolencia
Rebuscando actitudes de gran dama.

La fiera se deslumbra en el destello
Que tu collar adamantino arroja,
Y la apacientas con tu fino cuello
Que en su agua de iris el diamante moja,

Pero hay algo de ti, caricia leda
Que en mi revive; tu perfume acaso.
Que como una sutil cinta de seda
A ti me arrastra, y me insinúa al paso.

Que tus ojeras lánguidas no mienten.
Y mientras desde la pradera obscura,
Las azucenas pálidas asienten
Al galante cariz de la aventura;

Mientras a mi hábil asechanza esquiva,
Fuga en sus pliegues ágiles tu falda,
Y con escalofríos de piel viva
Se ajusta el raso a tu armoniosa espalda;

Mientras junto a la náyade oportuna,
Finge tu cuerpo, en abandono blando,
Esas melancolías que son una
Pereza triste de seguir amando;

Aquel ingenuo amor de los serenos
Días, a nuestras ansias siempre tardos,
Ha empezado a placerse entre tus senos,
Como abeja dichosa entre los nardos.

Tu boca elude aún la impía falta
De mi beso, en que tu alma padecía;
Mas ya tus ojos que el recuerdo exalta.
Se entenebrecen llenos de la mía.

La tibia seda que en tus rizos toco,
Mórbido aroma en mis entrañas vierte,
Y siento que me invaden, poco a poco,
Ideas de mi madre y de la muerte.

Y recuerdo los versos de otros días;
Aquellos seres místicos y raros,
Que en su estricto lenguaje de armonías
Traducen incurables desamparos;

Y el epigrama en que, con hábil tino,
La ironía, en epítetos de mofa.
Vibra como una flecha de oro fino
Sobre el arco de acero de la estrofa;

Y los cantares que mi amor te expresan
&mdash:Estrofas agradables a tu oído&mdash:
En que las rimas dóciles se besan
Tal como las palomas en un nido.

Pues todas las canciones en que flota
Algo mío, alegrías o dolores,
Están en ti como en la misma gota
De miel, los jugos de diversas flores.

En las sombrías noches de ventura
Guían con clara luz tus mismas huellas,
Porque cuando el amor te transfigura,
No tienes sombra como las estrellas.

Renueva aquí, bajo el follaje espeso.
La inquietud de los tálamos viudos,
y te parecerá que a cada beso
Brota una flor entre tus labios mudos.

Cosecharemos flores; mi opulento
Jardín, te brindará filtros extraños;
Y como el dulce ruiseñor del cuento,
Te encantaré en mi amor trescientos años.

autógrafo

Leopoldo Lugones


«Los crepúsculos del jardÍn» (1905)

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