AURORA
Altísimo y sutil cirro de plata
En el que aun enredarse parecía
Algo de luna, se volvió escarlata.
Y cielo y agua, campo y serranía,
Se inflamaron, sublimes, un momento
En el sonrojo juvenil del día.
Con el primer frescor del manso viento
Alentó el trebolar. Tendió una antena
De áureo crustáseo el celaje lento.
Venía ya, por la cañada amena,
La dulce luz de palidez brillante,
Como un agua dorada por la arena.
Rayó el sol los linderos del levante;
Y abriendo inmensamente el infinito,
Su triple haz de oro se erigió, gigante,
En una excelsa prorrupción de grito.
Leopoldo Lugones