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II. DIDÁCTICA DE LA ALEGRÍA

              1

Así, pues, Elbiamante, recogerás los frutos
que yo he cortado en otras latitudes
y a favor de otros climas,
tal un grumete niño que ha encontrado en las playas
el cinturón de Ulises navegante.

              2

No haré aquí un Evangelio (nunca logré la barba
completa de un sectario),
ni siquiera una Guía de Perdidos,
obra que yo reservo a los calientes
empresarios del alma.
Te doy, sí, las grosuras de mi arte,
su riñón bien cubierto, sus maduros pichones.
Y no tras el halago de un laurel
que ya toca mi frente sin herir su modestia,
sino con la esperanza de quien puso en el viento
una paloma rica de mensajes.

              3

Desertarás primero la Tristeza,
con su país de soles indecisos
y de rumiantes vacas.
La Tristeza es el juego más tramposo del diablo:
tiene las presunciones de una Musa frutal,
y sólo es un pañuelo con que se suena el alma
su nariz en resfrío.
Elbiamor, ¿qué dirías de una lámpara hermosa,
pero sin luz adentro?
Tal es, yo te lo juro, la Tristeza:
es igual a esos platos de vitrina
que nunca recibieron y no recibirán
ni una manzana verde ni un cuchillo.

              4

Si la Tristeza es ya tu inquilina morosa,
échala de tu casa, pero sin altivez.
Le dirás que se lleve su catre y su baúl,
que se ponga su gorro de astracán o de lluvia
y que se valla, en fin, a pisar hojas muertas
o a tocar los llorosos violones del hastío.

              5

Una vez expulsada la Tristeza,
cuídate de los Tristes:
ellos no ven la luz, como sea
por el solo agujero de sus flautas.
Yo propongo a los númenes que inventan
la salud y el decoro de la ciudad humana
la construcción de un Barrio de los Tristes
en el suburbio menos frecuentado.
Allá se juntarían, y por fuerza de ley,
todos los hombres de color invierno:
los mártires del hígado y la pena,
los convictos de angustia, los no circuncidados
en el ritual del júbilo,
todos los confesores de zozobras,
todos los virgos de la hilaridad.
Ostentarían como distintivos
una rama de sauce pluvial en el sombrero,
en el brazo una liga de la Parca
y en el ojal un búho de latón esmaltado.
Sólo comerciarían en los ramos que siguen:
el pan de la congoja y el vinagre del tedio;
los barnizados muebles de la desolación,
los trajes en buen uso del espanto,
los ataúdes hechos a medida
para las ilusiones que fallecen,
los elásticos perros del insomnio,
las mulas flacas de la soledad
y otros artículos afines
con la tiroides y el Parnaso.

              6

Elbiamor, la delicia que te pinté recién
es apenas un sueño municipal del alma.
Por lo cual te adelanto los consejos que siguen
y has de observar escrupulosamente.
Si yendo por la calle te enfrentas con un Triste,
busca tu salvación en la otra vereda;
y en premio, la Cordura te adornará la sien
con una fresca rama de cedrón o de mirto.
Si tu encuentro fatal con un Triste sucede

ya en el tranvía ya en el autobús,
descenderás al punto del vehículo innoble
y aguardarás el otro con naturalidad;
entonces la Prudencia
te llenará las manos de alelíes y los bolsillos de castañas.
Si, por desdicha, un Triste visitara tu hogar,
espera dignamente a que se marche;
y luego, con urgencia, lavarás el asiento
donde ubicó sus nalgas tormentosas,
y romperás el vaso en que ha bebido,
y quemarás en tu salón de seda
nueve granos de incienso con tres de cinamomo.
Buscarás en seguida la casa de un Alegre;
pues en verdad te digo
que vale más la rota pantufla de un Alegre
que la sandalia nueva de los Tristes.

              7

 Bueno es ahora que te diga yo
cual ha de ser la esencia de un Alegre perfecto.
No entiendas, Elbiamor, que un Alegre lo es
porque la risa brota sin partera en sus labios,
o porque sus talones en frescura
son dos rojos ovillos de la danza.
Baile, canción o risa traducen a menudo
la sola complacencia de un hígado triunfante.
No desdeñes, empero, la humildad de esas flores,
porque lucir un hígado armonioso
también es un regalo de la Bondad Primera.

              8

Según mi ciencia, es un Alegre puro
quien se atrevió a reír
después de haber mirado en equidad
el semblante primero de la Rosa.
¡Que un hombre así merezca tu saludo!
Porque ya es el espejo de una flor sin otoño.

              9

Y es un Alegre bien atemperado
quien se metió en la caja tenebrosa
de su misma vihuela,
y allí se desnudó para verse el ombligo,
y entendió la verdad,
y luego recobró sus vestiduras
para cantar la desnudez eterna.
Elbiamor, a ese Alegre cantante le darás
un racimo de uvas y un gorro de viajero.

              10

Y es un Alegre de color exacto
el que rompe a bailar
después de haber quemado su corazón de tierra
y de haber visto sobre la ceniza
la figura de un dios ensimismado.
No es bueno que saludes a ese Alegre
ni que lo mires en su justa danza.
Bastará con que dejes en su portal oculto
dos huevos de torcaz y un porrón de agua fresca.

              11

Bajo tales principios, abordaré los altos
problemas de conducta
que ha de plantearte necesariamente
ya el uso de tus días ya el paso de tus noches.
Elbiamor, no es prudente dialogar con un ave
(ya sea cuervo suelto, ya papagayo fijo),
ni menos torturar a la bestia emplumada
con la filosofía de algún amor difunto.
En el reino animal y en sus hijos pintados
hay un decoro alegre y una santa inocencia.
Sobrecargar a un pájaro con el lastre de un hombre
es como hacerle trampas al Pesador Divino.

              12

Entiendo, sin embargo,
que la imprevista muerte de un Amante
pueda llevar al otro, en su locura,
o mejor dicho en su desgarramiento,
a querer violentar el portón del Enigma
con la llave sutil de los ladrones
o con el pico charlatán de un cuervo
sentado en la cabeza de una diosa.
Elbiamor, si encontraras a ese lloroso Amante,
le dirás que no irrite sus párpados de un día.
Pues en verdad te digo que enterrar a un Amado
es como devolver una guitarra
que nos prestó el Silencio padre de toda música.

              13

Podría suceder que no diera el Amante
ningún oído a tu palabra de oro,
y que, siendo el Amante la mitad de un amor,
insistiera en llorar su visible rotura.
Le enseñarás entonces la ingeniosa lección

de ortopedia celeste que yo te di en su tiempo
y en virtud de la cual un Amante partido
sabe reconstruir la mitad que le falta.
Pero, escucha: no es útil enseñar mi receta
si el operario es flojo y el material endeble.
Para el llagado Amante que se dice
la mitad solitaria de un entero amoroso,
es mejor ir saltando con la única pierna
y el ojo impar que le dejó la muerte
hacia el Polo feliz donde se juntan
y se bendicen todas las mitades de amor.

              14

El llanto musical de las viudas recientes
es la demostración de un teorema perfecto,
y ha de inspirarte una emoción abstracta
como el sollozo de la Geometría.
Si alguna madre llora por su niño difunto,
es bueno que te pongas tu vestido de fiesta;
porque se dio la suerte del obrero
que cumplió en un instante su trabajo del día.
Si asistes al entierro de un héroe y si tus pies
van acatando el ritmo de alguna marcha fúnebre,
haz que tu corazón, al mismo tiempo,
lleve un paso de baile;
porque un héroe difunto es como un higo
que al peso de su miel ha soltado la rama.
Elbiamor, no es plausible remojar con el ojo
tales desprendimientos necesarios;
porque son alabanza de las cosas que vuelven
a su centro natal.

              15

De las excavaciones arqueológicas
te mando que te apartes (bien sé yo que te gustan).
Remover con las palas un cementerio indio
es como trastornar sin derecho ninguno
la vieja utilería de la muerte.
¡Ah, si tu pala fiel desenterrase,
no la oscura tinaja de Santiago
con sus huesos vencidos y su rostro que llora,
sino un cántaro seco,
dentro del cual se conservara el grano
de la risa primera!
¡Bendeciría entonces aquel don de tu mano,
y te daría en premio una granada
que se abrió sin cuchillo!
Pero no es útil excavar el humus
para desenterrar una imagen del llanto.

              16

Te ordeno que no explores ni selva ni espesura,
tengan o no el prestigio de la fábula.
Es poco saludable la humedad de los bosques
e irrita las mucosas del corazón viajero.
Además correrías el riesgo de toparte
con los gastado monstruos de la literatura.
¡Oh, qué distinto fuera si, vagando
por un monte frutal, encontraras el árbol
donde se posa el sol para dormirse,
y a su tronco anillado con la doble serpiente
lograras acercarte sin temor!
Entonces dejaría yo de ser tu maestro,
para besar tu frente con labios de discípulo.
Fuera de tal encuentro, lo demás es un simple
goce de la botánica.

              17

Elbiamor, yo conozco tu inclinación al viaje;
pero no has de viajar extrañamente.
No utilices en tierra, como cabalgadura,
ni al Centauro parlante ni al Unicornio mudo;
ni montes en el agua ni al Delfín que te brinde
su lomo resbaloso, ni al Caballo de Mar;
ni despeines el aire ya en Hipogrifo arisco
ya en dócil Clavileño.
Te romperás en vano los riñones del alma,
si tomas a esas bestias como fácil vehículo.
En cambio, te aconsejo navegar en la Rosa:
ya sabes manejar su difícil timón.
Si fatigas los remos y hay soplo en tu velamen,
te allanará sus golfos la hermosura de arriba.

              18

Hay señores que abusan de los ángeles
haciéndolos actuar en muy tristes oficios:
ángeles de cocina o ángeles de salón,
ángeles con tijeras o ángeles con la cítara.
No caigas, Elbiamor, en tan burdo angelismo:
has de saber que un ángel es tu hermano mayor
en el conocimiento de la fruta celeste.
Pero tales razones de familia
no te acuerdan el goce de intimidad alguna,
ni tampoco el derecho de jugar con los ángeles
como si fueran vidrios de colores.
Exactamente, un ángel es el primer espejo
de la Divinidad.
“¿Y cuál espejo soy?”, me dirá tu cordura.
Elbiamor, necesarios y distintos metales
espejaban la hermosa cara de tu Señor.

              19

Deja la soledad para el uso exclusivo
de los poetas devastados
y los filósofos en ruinas.
“¡Estoy solo y medito!”, se gallardea el búho,
muy arropado en su lujosa noche.
Pero el cóndor sereno de los Andes,
erguido en su montaña y al sol de mediodía,
reflexiona en silencio: “La soledad no existe”.
Y es verdad, Elbiamor, que ninguno está solo.

              20

No la curiosidad, torpe mendiga,
sino el amor de relucientes ojos
ha de guiar tus pasos en la ciencia.
Elbiamor, en tu casa (y no lo olvides)
hay una claraboya para la luz de Arriba
y hay un sótano, abajo, para la oscuridad.
No has de asomarte ni a la claraboya
ni al sótano, buscando lo terrible.
Sólo tendrás abiertos los oídos del alma;
porque la claraboya y el sótano que dije
son la doble frontera de tu mundo,
y porque han de llamarte desde las dos fronteras.

              21

Abundan los poetas que, al menos en la estrofa,
quieren eternizar sus amores de un año
y eternizar su gozo de talón fugitivo
y eternizar sus lágrimas que ya el sol evapora.
Elbiamor, no me opongo si quieres imitar
esas nobles tendencias del alma eternizante.
Pero sea con una condición:
en ese mismo anhelo de eternizar las cosas
has de ver el indicio y hasta la vocación
de tu más que segura eternidad.
Porque un sabor eterno se nos ha prometido,
y el alma lo recuerda.

              22

Tomo un pedazo de pan duro,
lo remojo en el agua
y lo doy a los pájaros de arriba.
Come un gorrión el pan y luego tiende
sus alas al espacio:
Elbiamor, el pan duro se ha convertido en vuelo.
Se nutre de mi pan una calandria
y en seguida retoma su profesión del trino:
Elbiamor, el pan duro se ha transformado en música.
No es bueno destruir el pan duro del alma:
vale más remojarlo y transmutarlo
ya en altura ya en canción.

              23

El quirquincho le dice al avestruz:
“Te gano en la carrera”.
Sobre sus patas fósiles ya se apura el quirquincho:
el avestruz, en cambio, sin lanzarse al torneo,
gira sobre sus pies y le muestra la cola.
Elbiamor, si te vieras en caso parecido,
seguirás la lección del avestruz;
pero no has de mostrarle al quirquincho insolente
las plumas de tu cola en arrogancia.
Yo no despreciaría ni el flato de un mosquito.

              24

Sea la paz el agua de tu día
y el vino de tu noche.
Pero si la justicia te llamase a una guerra,
ceñirás tu buen casco y empuñarás tu lanza.
Y verterás tu sangre y la del otro,
fiel a una rigurosa economía.
La tierra se alimenta con la sangre del justo,
y con la del injusto se purga sabiamente.

              25

La división del átomo en procura de la unidad de la materia
es un viejo delirio de la física parda.
Elbiamor, no te ocupes en esas liviandades
ni manejes isótopos de uranio.
Ellos dividirán, hasta perderse,
la materia inasible,
y sólo encontrarán, según peso y medida,
los números cantores del Primer Intelecto.
Porque, a decir verdad, la materia no existe.

              26

Si están o no habitados Marte, Venus y Júpiter,
es una duda torpe que no has de mantener.
Este globo terráqueo (planeta nada ilustre)
se vanagloria, empero, de muchos habitantes:
¿por qué no los tendrían, Elbiamor, los demás?
¿Qué les falta una atmósfera de oxígeno?
Respirarán fotones o electrones.
¿Qué no tienen ganados ni trigales?
Almorzarán sus cobres y amatistas.
Sus almas racionales bien podrían tener
un soporte de cuarzo, sin violentar la lógica.
¿Por qué han de ser iguales a nosotros?
La posibilidad es infinita,
y el Divino Alfarero no se repite nunca.

              27

Un orden venerable, y a menudo cruel,
preside la existencia de toda criatura.
Le dijo el gavilán a la paloma:
“Es mediodía ya, voy a comerte”;
y la paloma se dejó embuchar,
sin acudir a la jurisprudencia.
Elbiamor, no te sumes a la hueste mojada
que llora en estos casos de inefable justicia:
ni le pegues un tiro al gavilán
ni le ofrezcas un lauro a la paloma.
Que nadie arroje a la balanza de oro
ningún lastre importuno.
Más temblaría yo si la paloma
se comiera de pronto al gavilán.

              28

Cuando la rana corajuda
por igualarse con el buey,
se infló del aire de sí misma
y reventó gallardamente,
los olímpicos dioses estallaron
en una formidable carcajada.
Pero un dios que sin duda no reía
dijo a los otros y a su hilaridad:
“En la explosión heroica de la rana
yo advierto la divina locura de los grandes”.
Y entonces una rama de laurel
se consagró al esfuerzo del batracio sublime.

              29

Elbiamor, que te vean siempre igual a ti misma,
ya toques las alturas, ya recorras el suelo.
Ni se rebaja el pan en la mesa del pobre
ni se sublima en el mantel del rico.
Sé como el pan, y la Justicia
dirá tu elogio en la balanza.

              30

Te propongo, con ánimo docente
varias definiciones de tu cuerpo.
La viajera: “Es un traje de turismo,
entre los muchos que ha de usar tu ser
cumpliendo su moción helicoidal”.
La tenebrosa: “Es el cajón de muerte
o el ataúd grosero en que tu alma
yace y espera su liberación”.
La hotelera: “Tu cuerpo es una casa
que has de habitar un día y una noche”.
La fabril: “Es un útil de trabajo,
una herramienta noble (martillo, escoplo, arado)
con que realiza el alma sus oficios terrestres”.
Sea un útil o un traje, sea chalet o féretro,
cuidarás ese poco de tierra necesaria.
Ni adores a tu cuerpo ni le des latigazos:
es un buey de ojos triste, pero muy obediente
si no lo abruma el yugo ni le sobra el alfalfa.

              31

Comerás las verduras de tu huerto,
sin repudiar el haba como los pitagóricos.
Una lechuga, dos acelgas,
una manzana y un limón
te dan las mismas calorías
de un buen pedazo de ternera.
Con todo, no rechaces un lomo de novillo
por temor de que el alma de tu abuela
se haya encarnado en ese pastoril animal.
Tales encarnaciones repugnan al Demiurgo:
Elbiamor, no se ha visto ni ha de verse jamás
que un hombre habite dentro de un caballo.
Lo más triste y usual es que un caballo
se nos meta en el hombre.

              32

Del fermentado jugo de las uvas
no beberás, como no sea
ya en los bautismos, ya en los casamientos.
Repudiarás en toda circunstancia
los brebajes malditos
que aviesamente se destilan
en sigilosos alambiques.
Todo borracho es una casa
que abre sus puertas al ladrón.
Y el que bebe agua pura consigue que florezca
la barba de Esculapio.

              33

Te bañarás asiduamente,
pero sin ínfulas ni orgullo.
Gentes hay que se bañan y lo gritan
como si fuera un acto de heroísmo.
Que la modestia y la necesidad
te lleven de la mano hasta la ducha,
no de otro modo el labrador que limpia
la reja de su arado.

              34

Cómodos e inocentes han de ser tus vestidos:
ni ha de ahogarte la tela ni menos desnudarte.
No des tu mano a las pulseras
ni hagas tu cárcel de una túnica:
el ostentoso pavorreal
es un esclavo de su ropa.

              35

Con los preceptos de mi Alegropeya
lograrás, Elbiamente, construir tu alegría
por la virtud sapiente y obrante de tu alma.
Y darás buena sombra
para todos. Amén.

autógrafo

Leopoldo Marechal


«Heptamerón» (1966)

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Poema gentilmente proporcionado por Germán Lucentini ( enviar email ).