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¿SE FUE?

AL CANTOR DE LA «LEYENDA PATRIA», EN LA MUERTE DE SU ESPOSA ELVIRA BLANCO Z. DE SAN MARTÍN

Cerró sus negros ojos, y más bella
En el lecho quedó como dormida...

Cruzó el aire una forma vagorosa
Que una estela de luz tras sí dejaba...

—¡Elvira! ¡Elvira! ¿a dónde vas?... ¿A dónde?
En silencio gimiendo preguntaba
Tu corazón ansioso, y como herido
De un vértigo febril al ver que ella
A tu sordo llamado no responde,
¡Los brazos tiendes y el vacío abrazas!...

Un ¡ay! desgarrador, indescriptible,
Se escapa de tu pecho,
Y sollozando el Plata,
Que siente a tu dolor su cauce estrecho,
Lo lleva al Uruguay entre sus ondas.
El alma de la Patria se dilata,
Y llega hasta tu hogar enlutecido
Torva nube que en lágrimas revienta;
Cual de eléctrica chispa al estallido,
En noche de tormenta,
La bóveda sombría se entreabre
Despeñada en inmensa catarata.

Al abrazar a tu angustiado padre,
Vuela a unirse a la tuya el alma mía:
En mis brazos te estrecho,
Y aquí sobre mi pecho
Reclino dulcemente tu cabeza
Para que escuches íntimas sus notas,
Y ellas te digan, infeliz amigo,
Lo que el laúd tal vez no acertaría;
Que yo amo y aborrezco con el alma;
No sé llorar a gotas,
Ni querer con medida ni tibieza...

Solícita a mi ruego
Acude aquella Musa,
Que a tu heroica Leyenda dio su fuego,
Su estro divino y épica armonía;
Y en tu inspirada frente
Que iluminan geniales resplandores,
Pone el beso inmortal que da a sus Bardos
La Virgen uruguaya Poesía,
Cuando el pueblo los alza vencedores,
Coronados de palmas y de flores.

Mas de la gloria al beso lisonjero,
¿Qué corazón poeta no prefiere
Aquel místico beso postrimero
Que sin llegar al labio nace y muere?

Al apagarse plácido y sereno
El dulce rayo de sus bellos ojos,
Al sentir que la muerte entrecortaba
El Adiós que en sus labios trepidaba;
Como una llama que al morir se enciende,
Estrechando la mano del esposo,
Enternecida contempló la cuna
Do el pequeñuelo infante,
Última prenda del regazo amante,
Sus manecillas trémulas le tiende
Y el beso maternal tierno provoca,
Aún húmeda la boca
Con el lácteo licor del puro seno!

¡Casta unión del amor y de la gloria
Con la virtud, el genio y la belleza,
Rosas entretegidas con laureles,
Derramad los perfumes que atesora
Vuestra urna de nácar y joyeles!

Alejandro gentil, grave María,
Juan Carlos decidor, Gerardo humilde,
Cariñosa Elvirita, almo destello.
Frutos de bendición, santas delicias
De la nívea, aromada
Diamela en flor tronchada;
Nido de amor, oasis de frescura,
Que de la vida en el mortal combate
¡Dio sombra, inspiración, paz y ventura
Al luchador y al vate;
Al genitor que ahora
Por gracia singular sumiso vierte
Lágrimas dulces al llorarla muerta!
Ceñid vuestros brazitos a su cuello,
Colmadle de caricias,
Y vuestros infantiles regocijos,
Gratos recuerdos en su mente evoquen,
De la época dichosa
En que Ella vuestros juegos presidía.

¡Aunque sangre la herida siempre abierta,
Resignado verá que si la muerte
Robarle pudo el cuerpo, entera el alma
De la adorada madre de sus hijos,
En vosotros palpita y se despierta!

Sombras de Artigas, Lavalleja, Blanco,
Héroes de la Agraciada y la Florida,
Puñado de titanes cuya historia
Es de la Patria perennal grandeza;
Llora vuestro cantor... en su cabeza
Verted el soplo que al bajar del cielo,
Templa los corazones en el suelo
Para luchar, sin tregua, heroicamente,
Contra el mal victorioso
Que se alza prepotente:
¡Y dadle vuestro aliento y fortaleza!

Arrullad su dolor en el destierro,
De su mente rasgad la opaca bruma,
Al contemplar las ruinas y extravíos
Que en la tierra Oriental ha amontonado
El destino infeliz que nos abruma;
Ángel de los Charrúas, indomable
Tabaré, que salvando a tu española
Caes al tocar la meta,
El generoso pecho atravesado
Por golpe fementido,
¡Como sucumbe a veces el más bueno
En este mundo falso,
Traidoramente herido
Por la oculta y cobarde, ruin saeta
De la calumnia, el odio o el veneno,
El puñal, el exilio o el cadalso!

¡Ah! bien lo sabes tú, valiente atleta:
Cárcel de prueba el mundo en que vivimos,
Donde eternos del mal arden los focos,
Nuestra mísera estirpe, aun redimida,
(¡Arcano impenetrable!)
¡Entregada parece al desenfreno
De bandidos, de histriones y de locos!

Cual tentador demonio, negra duda
En hora abominable asalta fiera
La soberbia razón del hombre vano;
Mas la blasfemia en la garganta anuda
La humildad resignada del cristiano.

¿Es verdad o ilusión?... ¿Somos juguete
De un poder infernal?... ¡Oh, no,... es mentira!
Vela tu providencia, Hacedor mío,
Y cada sol que en los espacios gira
Alumbra cada día, vengadora,
En el Rancho a la par del Palacete,
Del fallo divinal severa y justa
La suprema sanción: ¡tu ley augusta!

Instrumento no más son en tus manos
El desorden, el crimen,
La muerte, y el dolor, y los tiranos:
Esfinge aterradora,
Aguijón que al debernos llama austero,
Fantasma que nos hiere y desparece,
En la vida inmortal de las naciones
Ellos pasan malditos, cual la mancha
Que refleja un carancho en un gran río,
Y su triunfo y poder se desvanece
Como espuma que hierve en el bajío.

Blasfeme como quiera algún sectario
De la ciega, letal filosofía
Que confunde el abismo con la cumbre.
Mientras radiosa alumbre
La cruz del Redentor nuestro Calvario;
Mientras lleven su ofrenda a los altares
De la fe, la virtud y el patriotismo,
El apóstol, las vírgenes, los mártires,
Faro y columna de la grey mundana;
Mientras el llanto que encendido brota
Vierta en el corazón fecundo riego;
Mientras cada ilusión nos brinde mágica
En encantada copa su ambrosía,
En cáliz ideal fragancia ignota,
¡Y fascinante estrella,
Más allá del sepulcro, la esperanza,
Reanime el polvo de la tumba fría;
Iluminando la conciencia humana
Eterna vivirá la Poesía!

¿Cómo dicen entonces que se ha ido,
Si dentro de tu ser y el de tus hijos
Cual númen protector vive tu Elvira?

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Tal vez su blanca mano
Tocó al pasar las cuerdas de mi lira,
Y es este humilde canto
El rumor apagado de su huella...

¡Ya abracé a sus dos padres... y mi ruego
En férvida oracion subió a la altura,
Por ti, por vuestros ángeles, por Ella,
Amantísima esposa, digna madre,
Celeste criatura,
Modelo de piedad y de ternura!

Montevideo, Febrero 4 de 1887.

autógrafo

Alejandro Magariños Cervantes


«Palmas y ombúes» (1888)

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