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MADALENA

Bienvenida fue la niña,
nacida por primavera;
alegría fue esperarla,
alegría conocerla,
y el orgullo de sus viejos
que se miraban en ella;
pero, por desgracia suya,
nombraron Madalena;
pero mal aconsejados
aún no sería doncella,
cuando al pueblo la mandaban;
se perdió tanta inocencia.

Un día trajo otro día;
años llevaba de ausencia.
Los viejos padres le piden,
no quieren morir sin verla;
salió la hermana a buscarla;
sin saber cómo, la encuentra,
y de mirarla tan otra
no se atreve a conocerla.
Reian los ojos zarcos
bajo la pestaña crespa.
Gruesas dormilonas de oro
temblaban en las orejas;
y al hablar, los finos dientes
con gotas de oro chispean;
las manos ensortijadas
y los vestidos de seda;
la boca, un ansia de besos;
los blancos brazos, promesas;
toda deseo, en reposo;
en el andar, toda fiesta;
todo tentación el seno;
todo adrniración las trenzas.

—«Dios la guarde, señorita»,
Y la hermana, que era buena,
aunque no lo parecia,
—tanto infama la miseria—;
y que servía en el rancho,
y que trillaba en la era,
y que nunca irnaginara
que la vida es una fiesta,
saludaba temerosa
de que lo creyese ofensa.

—«Dios la guarde muchos años».
—«¿A quién busca, forastera?»
—«A una hermana que tenía».
—«¿Y se llama?» —«Madalena».
—«No es aquí, ni la conozco»,
confundida le contesta
porque la ha reconocido;
más de verse y que le vea
las manos ensortijadas
y los vestidos de seda,
todo el orgullo se fue,
sólo le queda vergüenza.

—«¿No tiene hermana, la niña?»
—«Hermana, no sé si tenga».
Sin saber lo que decía,
ella hurtaba la cabeza.
—«De mi hermana la voz es».
—«Ilusión de forastera»,
con los ojos en el suelo,
porque no quería verla.

—«Bienvenida, no te niegues;
Madalena, no me mientas»;
y le besaba el vestido
y acariciaba las trenzas.

Ella no se convencía
de que le hablaba de veras.

—«Yo la he criado a mis brazos,
¿por qué ahora me desprecia?
Y esa boca me ha besado,
y yo he peinado estas trenzas».

Con la cara entre las manos,
ella no quería verla.

Pero entonces, al oído,
abrazándola, muy cerca,
con la voz de los quince años:
—«¡Bienvenida, Madalena!».

Y la otra, ya vencida,
haciéndose la pequeña,
y refugiada en su hermana
le hablaba de esta manera,
—entre los dedos, las lágrimas
le corrían como perlas—:

—«De estos cariños, mi hermana
ojalá no se arrepienta.
La Bienvenida murió
cuando era una niña tierna;
de los tiempos de que me habla
sólo vive Madalena.

»Sería ofender a Dios
pedirle al tiempo que vuelva;
y si alguna hermana tengo
no merecía tenerla.
No me conozca mi hermana;
donde yo esté nunca vuelva;
y si alguna vez la encuentro
y a saludarla me atreva,
pase sin verme a mi lado,
más le valiera estar ciega.
Bórrerne de su memoria;
no me quiera; no me quiera.
Que nadie sepa quién soy;
que ni yo misma lo sepa;
ni el viejito de mi padre,
para que nadie lo ofenda;
ni la santa de mi madre
aunque perdonarme quiera;
ni los hijos de mi hermana,
por si algún día me niegan.
Yo nací para ser libre;
yo pagaré mi soberbia.
Si le pido compasión,
no me crea; no me crea;
pero si me compadece,
réceme como a una muerta.
Y no se aflija por mí,
que sólo tengo una pena:
ser hija de madre honrada
y no poder yo ser buena...»

Las lágrimas, por las manos
le corrían como perlas.

Max Jara


«Asonantes». (Tono menor) (1922)

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