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EL FUROR FILARMÓNICO

[...] Ridentem dicere verum
Quid vetat?


Horacio.

  No más, no más callar; que ya en mi seno
Tanta bilis no cabe, Anfriso mío,
Y tanta indignación, tanto veneno.

  ¿Yo sufrir el armónico extravío
Que así enloquece al grave castellano?
¡Yo que de castellano me glorío!

  ¿Yo sufrir que el gorjeo de un soprano
Muy más al pueblo estólido conmueva
Que el ruso combatiendo al otomano?

  ¿Y que a enseñar un hombre no se atreva
Luneta para el otro coliseo
Cuando anuncia el cartel ópera  nueva?

  ¿Que en el café, en la calle, en el paseo,
En tertulia, doquier se hable tan sólo
De la Donna del lago  o de Romeo?

  ¿Que la letra de un aria, horror de Apolo,
Aprenda de memoria un lechuguino,
Y desprecie a León y al dulce Polo?

  ¿Que me pruebe en añejo pergamino
Descender de Gerión, y yo le vea
Adulador de un buffo  transalpino?

  ¿Que el sentido común negado sea
Por la meliflua turba a quien ignora
Lo que es un calderón  y una corchea?

  ¿Que hasta para vender platos de Alcora
En escala cromática  se grite,
Y anuncie el diapasón  a una aguadora?

  ¿Que aplaudiendo un moscón se desgañite
Tal vez lo que rechiflas merecía,
Y entre bravos  el hígado vomite?

  No, no; mil veces no. Sacra Talía,
Ya tu fuego satírico me inflama.
Dardo aguzado es ya la pluma mía.

  No es tan terrible el bruto de Jarama
Que agarrochado rompe la barrera,
Y embiste, y hiere, y espumante brama.

  ¡Quién tu mostaza, Juvenal, me diera,
O tu diestro pincel, divino Horacio,
Que admirará la prole postrimera!

  ¡Mas ay, que no es Madrid el noble Lacio,
Y aquí no hay un Mecenas ni un Augusto
Que proteja de un vate el cartapacio!

  ¿Y he de callar, con el pulmón robusto?
No, que es santa la causa que sostengo
Y de ignorantes zoilos no me asusto.

  Harto es mi galardón si a España vengo
Del desprecio español, y en rima acerba
Su decoro impertérrito mantengo.

  «¡Triste! ¿Qué vas a hacer? Aunque Minerva
Declamara por ti, no se corrige
La tenaz filarmónica caterva.

  »Hay un genio infernal que la dirige,
Gigante enorme, que a domar su furia
Más robusto poder que el tuyo exige.

  »Reprende los enredos de la curia,
Si comezón de sátira te roe,
La avaricia o la sórdida lujuria;

  »Y deja que Madrid plácido loe
Los trinos  de una amable virtuosa
Al compás del violín y del oboe.

  »Triunfe Pacini, triunfe Cimarosa,
Y eríjase de mármol y granito
Pirámide a Rossini  majestuosa.

  »Deja que, sin alzar tu inútil grito,
Cual sus tablas un día en el desierto
Se adore de Moisés  el spartito.

  »Todo sea dulcísono concierto,
Y óigase el gorgorito almibarado
Hasta en el réquiem  que se entona a un muerto.

  »¿Por qué en poema cáustico y airado
Ese placer legítimo combates
Que tiene al español embelesado?

  »¡El mundo siempre fue casa de orates,
¡Y al furor filarmónico te opones!
¿Quién en locura, quién vence a los vates?

  »La música es consuelo de aflicciones.
¿Quién no canta en el mundo? Aún el esclavo
Canta al sonar los férreos eslabones.

  »¡Dichoso el que no cuenta un solo ochavo
Para almorzar mañana, como pueda
Clamar en la luneta ¡bravo! ¡bravo!

  »Sigue, vate infeliz, otra vereda.
¿Quién ataja un torrente con arcilla?
¡Guarda, no algún desastre te suceda!

  »Ya no es Castilla lo que fue Castilla
Aquí más que otro tiempo al gran Rodrigo
Hoy se aplaude a un maestro de capilla.

  »Deja estar a los músicos, te digo,
Que son el ornamento de la Corte.
Mira que te aconsejo cual amigo.

  »Tu satírica saña se reporte;
Que no bien un melómano te lea,
De enemigos tendrás una cohorte.

  »Dirán (casi los oigo): ¡Estulta idea!
Ese hombre tiene el alma de peñasco
Cuando una dulce voz no le recrea.

  »Mas ¿qué será lo que le altera el casco?
¡Audacia singular!... —Vamos, no hay duda,
Algún poema suyo ha fato fiasco.

  »Más de una vez su musa testaruda
Entre la risa de ignorante plebe
Nos ha espetado la verdad desnuda.

  »¡Venganza, guerra al poetastro aleve
Que a la divina Euterpe escarneciendo
Su viperina lengua osado mueve!

  »El que impugna una stretta  y un crescendo,
Quien maldice el adagio  y el andante,
Reo es de crimen bárbaro y horrendo».

  Tente, Anfriso, y escucha tolerante.
No soy yo de la música contrario:
Sólo pudiera serlo un delirante.

  Ni a condenar me atrevo temerario
El público placer, bien que mi diestra
Sólo a Dios elevara el incensario.

  Quizá también mi júbilo se muestra
Al escuchar los ecos de Rossini
En Galli, en Rossi, en la sonora orchestra.

  Pláceme Osmir en boca de Passini,
La Céssari  en Arsace  me arrebata,
Y admiro en Semirámide  a la Albini.

  Ni dejo de aplaudir una volata
Por cantarla Valencia, si me gusta;
Que nunca he sido mulo de reata.

  Ni aún Llord  cual subalterno me disgusta;
Que Orfeo no ha de hacer de confidente
Como pretende multitud injusta.

  Mas mi cólera, Anfriso, no consiente
Que ensalzando de Italia a los cantores
Al español teatro así se afrente.

  Tribútense en buen hora mil loores
A una voz peregrina, y no olvidemos
Que en Madrid hay comedias, hay actores.

    No sea todo bravos, todo extremos
Cuando trina en rondó  lengua toscana,
Y al escuchar a Lope  bostecemos.

  No clamen voces mil: ¡Hosanna! ¡Hosanna!
Cuando acate a su reina el pueblo asirio,
Y olvidemos la gloria castellana.

  No aplaudamos un dúo  con delirio,
Y Calderón y Rojas y Moreto
En vez de almo placer nos den martirio.

  No vea yo a Cervantes incompleto
Por las cuadras rodar, y entre cristales
De la Schiava  el insípido libretto.

  No en el canto los duros a quintales
Ose invertir quien a Talía niega
Ocho maravedís y cuatro reales.

  ¿No es risa ver al pueblo cómo brega
Para alcanzar billete del Crociato?
¡A tanto, Anfriso, la locura llega!

  Uno pierde la capa, otro un zapato;
Otro desde la víspera se aloja
Sobre la dura losa. ¡Mentecato!

  Las diez. ¡Fiero motín! ¡Ruda congoja!
«¡Orden! ¡Orden! ¡Soldados, en batalla!
Aquí la sangre azul; allí la roja.

    —»¡Atrás! ¡Buen culatazo a la canalla!»
—¡Nada! ¿Quién la contiene? Aunque a sus ojos
Diez cañones cargasen de metralla.

  ¡Qué de jirones luego y de despojos!
¡Cuántos, sobre quedarse sin tarjeta,
Descalabrados van, mancos o cojos!

  Otro, no menos huero de chaveta,
Compra a fuerza de plata el privilegio
De adquirir sin porrazos la luneta.

  ¿Qué ha de hacer? Si perdiera un solo arpegio
De la nueva función, otro elegante
Le acusara tal vez de sacrilegio.

  No falta en tales días un tunante
Que revenda lunetas y sillones
Burlando al alguacil más vigilante.

  Y hay hombre que daría diez doblones
Por escuchar el aria  del contralto
Aunque fuera en el foso entre ratones.

  Sabe Madrid que a la verdad no falto.
Cierto es el trasnochar, y el monopolio,
Y el tomar los billetes por asalto.

  De cuanto pasa en él un tomo en folio
Se pudiera escribir; que menos fiero
El galo fue trepando al Capitolio.

  Esto, y aún más que referir no quiero
Pasa en Madrid; ¡y me dirá mi abuela:
«¡Los tiempos están malos: no hay dinero!»

  «¿A quién en tanto, a quién no desconsuela
El ver cuando no hay ópera desiertos
Patio, palcos, lunetas y cazuela?

  «Este calor cruel nos tiene muertos.
Sudar en la comedía es de mal tono.
Los cómicos son torpes, inexpertos.

  »Si es trágica la acción me desazono;
Si es moral me empalaga; si es jocosa...
Vaya usté en mi lugar: cedo el abono».

  Así el canto alienígena se endiosa;
Y aunque viera a mis plantas un abismo,
¿No ha de tronar mi saña procelosa?

  Necio furor, risible fanatismo,
La guerra te declaro, y ¡oh si fuera
Cada verso que estampo un sinapismo!

  ¡Oh tú, santuario de virtud severa,
Teatro nacional, que fuiste un día
Norma y recreo de la gente ibera;

  Prestigio de mi ardiente fantasía,
Tú, a quien tanta vigilia he consagrado,
Puerto amigable en la tormenta mía;

  Tú que el sesgo camino me has trazado
Do Inarco laureó la docta frente,
Si bien se atasca en él mi pie cuitado;

  Tú que en vano a la moda intercadente
Moral opones, variedad, buen gusto,
Ludibrio ya y botín de intrusa gente;

  Teatro nacional, mi ceño adusto
Tu inicua depresión vengar ansía
Y vapular al populacho injusto!

  Otro tan bajo apodo aplicaría
Sólo al humilde menestral honesto,
al que no viene de alta jerarquía;

  Yo no, que a todo trance me he propuesto
Lo que siento decir, aunque mañana
Mordaz me llame un crítico indigesto.

  Los que nunca leyeron a Mariana,
Y devoran insípidas novelas
En lengua gali-escita-castellana;

  Los que charlando más que un sacamuelas
Insignes literatos se pregonan,
Y jamás saludaron las escuelas;

  Los que su patria sin pudor baldonan;
Los que el oro negado al indigente
Por exóticos dijes abandonan;

  Los que con cien aromas del Oriente
De sus almas no purgan la inmundicia,
Y llaman al danzar ciencia eminente;

  El gallego o vascón cuya injusticia
Osa tildar de bárbaro salvaje
Al hijo de Navarra o de Galicia;

  Los que llaman a un coche un equipaje,
Y hablando entre españoles mal gabacho
Sus costumbres olvidan, su lenguaje;

  Anfriso, yo lo digo sin empacho;
Estos, su condición cual fuere sea,
Estos son, ¡vive Dios! el populacho.

  Lejos de mí la extravagante idea
De condenar las óperas, repito;
Ni aun la débil de Osmir  y Netzarea.

  Mas aquel que al armónico apetito
Todo lo sacrifica afeminado,
Es un fatuo, un cabeza de chorlito.

  «¡Bello dúo! Mi oreja ha regalado».
Bien; mas ¿por qué el monarca babilonio
Ya cadáver entona un recitado?

  ¿Por qué Antenor, que viene hecho un demonio,
Canta rabiando y a Celmira  aterra?
¿No es levantarle un falso testimonio?

  ¿En qué ignorado pueblo de la tierra,
Aunque perdone Il posto, canta un reo
Delante del consejo de la guerra?

  ¡Oh poder de la solfa! ¡Oh coliseo!
Cuando a mí me asaltaron los ladrones
No cantaban siguiendo a un corifeo.

  ¡Ay, que menos maldad, menos traiciones
Llorara el orbe si al compás  y al tono
Los hombres sujetaran sus pasiones!

  Mas no se diga que con ciego encono
Ando a caza de faltas en el canto,
Y al olvido sus gracias abandono.

  Basta: sólo diré que no me espanto
Si entre bemoles  el tam-tam  resuena,
Ni Claudio  cantarín me arranca llanto;

  Que el canto los sentidos enajena,
Que conmueve tal vez; mas no convence,
Objeto primitivo de la escena.

  Ni el comprender la letra a mí me vence,
Si cuando no debía Otelo  canta,
Lo mismo es en toscano que en vascuence.

  Sólo a su voz los triunfos que decanta
Quizá debe un tenor: la Poesía
Del genio vive, y no de la garganta.

  De Melpómene fiera y de Talía
A los cuadros patéticos y fieles
También concede un genio la armonía.

  La armonía de Fidias y de Apeles
Que el alma hiere, blanda, imperceptible,
Sin flautas, sin tam-tam, ni cascabeles.

    Armónico placer indefinible,
Placer que sólo siente y sólo expresa
Quien nutre un corazón tierno y sensible.

  ¿Qué gozo iguala a la feliz sorpresa
De ver al torpe vicio escarnecido
Ceder su triunfo a la virtud opresa?

  Si sucumbe, ¿qué pecho empedernido
No goza maldiciendo a los troyanos,
Lágrimas dando a la infelice Dido?

  ¿Quién de Dios no venera los arcanos
Cuando incestuoso gime y parricida
El miserable rey de los tebanos?

  ¿Quién si en su pecho la virtud anida,
No bendice a Jehová, que el alma fiera
Le negó y el orgullo de un Atrida?

  ¿Quién...? Pero ¿a qué me salgo de mi esfera?
¿Qué escribo yo? Una sátira picante,
Y no un tratado de moral austera.

  ¿Quién vale más, Racine  o Mercadante?
¿Es más justo reír en El Avaro
Que aplaudir una pieza concertante?

  ¿Es lícito ignorar que Gundemaro
Fue de España monarca al madrileño
Que ha aprendido a decir: Addio, caro?

  ¿Se aplaudirá a un cantor con necio empeño
Antes que cante, sin saber si tiene
Mísera voz y oído berroqueño?

  ¿Callarán las deidades de Hipocrene
El talento español, y el de otra casta
Sonará desde Calpe hasta Pirene?

  Que yo resuelva la cuestión no basta.
¿Y a qué fin? Cada cual a su albedrío,
Dirán, el tiempo y el dinero gasta.

  Haced lo que queráis: tiradlo al río;
La solfa preferid; cuando haya canto
Olvidad los rigores del estío;

  Pero, por Cristo y por su Padre santo,
No vayáis a ultrajar la patria escena
Los que la veis con tedio y con espanto.

  No porque una comedía os cause pena
Miréis como a un idiota de reojo
Al pobre diablo que la juzga buena.

  No apuntéis sin cesar el doble anteojo
Para ver en tertulia y aposentos
Si Filis se vistió de azul o rojo.

  No allí el tiempo gastéis contando cuentos,
Y hasta ver si es el drama bueno o malo
No le volváis la espalda descontentos.

  No charle usted tan fuerte, don Gonzalo,
O vaya con su cháchara al pasillo;
Que los que están detrás no son de palo.

  No se ha anunciado en el cartel sencillo,
Ni puede autorizar el presidente
Que usted nos administre un tabardillo.

  Ya que aplaude a rabiar, Dios se lo aumente,
Al tiple  y al tenor, con sus paisanos
Sea usted, a lo menos, indulgente.

  No tema lastimar sus lindas manos
Si aplaude a un español; que no por eso
Gemirán los cantores italianos.

  Indigno fuera tan culpable exceso
De un artista eminente, cuya fama
No se funda en los bravos  de un camueso.

  Alguno de ellos, que las leyes ama
De la santa equidad, allá en su idioma
Llorando nuestra mengua al cielo clama.

  ¡Ay, que el llanto a mis párpados asoma
Cuando a ser españoles nos enseña
El que ha nacido en Nápoles o en Roma!

  «¿Por qué, dice, la gente madrileña,
Bien que aplaudidos sean tiple  y bajo,
La escena nacional tanto desdeña?

  »Esmerado y asiduo es su trabajo.
¿No hacen más de lo justo los actores
Que por poco dinero echan el cuajo?»

  Dice bien. Y si en premio a sus sudores
La soledad reciben y el desprecio,
Mal se corregirán de sus errores.

  Hoy dan nueva función. ¡Oh vulgo necio!
¿Por qué no vas a verla? Si es mezquina,
Si la ejecutan mal, silba de recio.

  Canta la donna  mal su cavatina,
Y exclamas al momento compasivo:
«Está mala; está ronca: ¡poverina!»

  ¿Pecar no pudo por igual motivo
Un actor español? Quizá trabaja
Después de haber tomado un vomitivo.

  Quizá ese mismo que tu lengua ultraja,
Inmolado al escénico decoro,
Come gazpacho y duerme sobre paja.

  ¿No fuera más razón en rudo coro,
Si delinquen, silbar a los de allende
Que han venido a embolsar montones de oro?

  Mas en vano mi sátira pretende
Reformar a la ciega muchedumbre
Que la razón esquiva, o no la entiende.

  ¡Basta; me canso ya! ¡Dios los alumbre!;
Que si decir quisiera lo que callo
Aún gastara de tinta media azumbre.

  Si en vano, ¡oh patria! por tu honor batallo;
Si no me escuchan como en Troya un día
Al que arengó contra el fatal caballo;

  Si los necios me juran guerra impía;
¿Qué importa? La verdad siempre es mi norte.
Muchos aplaudirán la audacia mía;
Que no todos son necios en la Corte.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


«Sátiras»
I


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