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EL GATO Y LOS RATONES

«¡Cómo! ¡Un animalito
Que de su misma sombra tiene miedo
Te hace cuando le ves alzar el grito
Y casi desmayarte! ¡Ay Dios! No puedo
Mirarle sin horror y repugnancia.
Pues a mí me parece hasta bonito.
Lo creo, es proverbial tu extravagancia
Y pésimo tu gusto.
Que ese cargo es injusto,
Con haberte elegido por esposa
Harto lo pruebo, amable Sinforosa.
Ese requiebro insulso
No viene a cuento, y cuando yo repulso
Con razón a una inmunda sabandija,
Con defenderla tú me insultas. Hija,
Serénate. No quiero que el demonio
Perturbe por motivo tan ligero
La paz de nuestro dulce matrimonio.
Mandaré al carpintero
Que una alevosa trampa me construya
Donde, queso atrayéndole o tocino,
Cautivo caiga el animal dañino.
¡Bravo! ¡Lindo remedio es una trampa!
¿Piensas que es el ratón, en cuya estampa
He visto a Lucifer, solo en el mundo?
No; pero... ¡Sí, ya escampa!
No hay bicho más ladrón y más fecundo.
Mermada mi despensa
Harto atestigua su rapiña inmensa.
Poco, tomando bien tus precauciones,
Pueden mermarla tales musarañas;
Pero, ya que en su contra así te ensañas,
Guerra, ¡guerra de muerte a los ratones!
Dime tú (me someto a tu dominio)
Cómo conseguiremos su exterminio.
No hay cosa más sencilla: con un gato.
Justamente, sabiendo que me falta,
Me ofrecieron ayer uno de Malta.
Es taimado animal, pérfido, ingrato,
Y que traerá sospecho
Más daño a nuestra casa que provecho;
Pero, pues lo desea mi señora,
Venga el maltes cuadrúpedo en buen hora».
Así acabó la conyugal reyerta,
Y en aquel mismo día la consorte
Al huésped redomado abrió la puerta.
Humilde era en su gesto y en su porte,
Y el que ignorase cuánta es la falsía,
Cuánta la refinada hipocresía
De la gatuna raza,
Pudiera, sin lisonja,
A juzgar solamente por la traza,
Ponerle en parangón con una monja.
Durante una semana, y no cumplida,
Hizo su obligación el raticida.
Dos o tres parvulillos
De la grey roedora
Cogidos por su zarpa destructora
Dieron sabroso pasto a sus colmillos.
Y en dirección diversa
Pánico susto a los demás dispersa.
Pero el guardián goloso en una hora
Más que ellos en un mes hurta y devora.
Ítem, le abriga su ama en el regazo,
Y la mano süave
Con que ella le acaricia el espinazo
Él, que otro modo de halagar no sabe,
Señala con sacrílego arañazo.
Ítem, un día aprovechando el maula
El descuido de un fámulo que abierta
De un canario gentil dejó la jaula,
El voraz Micifuz, que estaba alerta,
Le destroza con ira de ostrogodo
Y se lo traga ¡oh Dios! con pluma y todo.
Ítem, enamorado de una gata,
Que en cuatro rivales
Reparte sus favores a prorrata,
Como hacen muchas damas principales,
No hay noche en que al tejado no se escape,
Y arma tal guirigay, tal zipizape,
Ora el amor le instigue, ora la furia,
Que al barrio escandaliza su lujuria.
Ítem, penetra un galgo en su vivienda
Que disputarle quiere la merienda.
Salta, huyendo del can, sobre una silla;
De allí a un aparador (¡momento aciago!)
De vasos todo lleno y de vajilla,
Y con horrendo estrago
La porcelana rompe y el cristal
Que costaron al amo un dineral.

    Ahora bien, este apólogo prolijo
¿Qué nos enseña? Cáustica censura
Yo con él al resguardo no dirijo
Que fronteras y costas asegura;
Ni menos a la cauta policía,
Aunque tampoco haré su apología;
Mas sin que en ella dé crudo mordisco
Ni me ensangriente, ¡zape! con el fisco,
De mi sencillo ejemplo
Una verdad deduzco como un templo:
Muchas veces  (perdóneme la ciencia)
El remedio es peor que la dolencia.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


Fábulas II

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