TRADUCCIÓN DE LA SEGUNDA ELEGÍA DE TIBULO
Dame vino, y que Lieo
Mis nuevas angustias calme,
Y mis párpados cansados
Apacible sueño embargue.
Dormir anhelo beodo:
¡No me despertéis, mortales!...
En tanto mi triste amor
Cesará de atormentarme.
¡Triste; que guarda al bien mío
Un Argos inexorable!
Duro cerrojo defiende
La su puerta de diamante.
Puerta que al amor te cierras,
¡Mala nube te maltrate!
¡Maldígate el alto Jove
Y a rayos te despedace!
¡Ay! no. Mis ruegos te venzan.
A mí, sólo a mí te abre;
Y en silencio...; no rechinen
Tus goznes, y me delaten.
Perdona las maldiciones
A un desesperado amante.
¡Plegue a los cielos, oh puerta,
Que sólo a mi frente alcancen!
Recuerda cuántas plegarias
Del labio mío escuchaste,
Y las guirnaldas floridas
Con que enlacé tus pilares.
Y tú, mi Delia, no temas:
Burla a tu guarda. ¿No sabes
Que al audaz protege Venus
Y abandona a los cobardes?
Por ella el mozo novel
Huella vedados umbrales,
Y las muchachas se mofan
De cerrojos y de llaves.
Del tálamo aborrecido
Aprenden a deslizarse,
Y de puntillas se huyen
Al seno de sus galanes.
Y ante el imbécil marido
De agudas señas se valen,
Y de los ojos emplean
El elocuente lenguaje.
El que aspire a tus favores,
Oh del amor blanda madre,
No por inercia o temor
En yermo lecho descanse.
No teman los amadores
Que los roben o los maten:
Seguros van; que es sagrado
Quien inciensa tus altares.
¿Qué a mí la escarcha en las noches
De Diciembre perdurables?
¿Qué a mí la lluvia prolija
Ni los recios huracanes,
Con tal que mi Delia amada
A abrirme la puerta baje,
Y, con el dedo en la boca,
A su regazo me llame?
¡Oh tú, varón o mujer
Que a mi lado pasas! ¡Guarte;
No me veas!; que sus hurtos
Ocultar a Venus place.
Ni me preguntes mi nombre,
Ni el pie con ruido estampes,
Ni con antorcha atrevida
Reconozcas mi semblante.
Si ya me has visto imprudente,
No se lo digas a nadie.
Jura por todos los dioses
Que nada ves, nada sabes.
¡Ay de aquel que me descubra!;
Que de procelosos mares
Venus le será nacida,
Tintos en hórrida sangre.
Ni fe le dará el marido;
Que una hechicera muy hábil
Me lo ofreció, y no hay ejemplo
De qué a sus promesas falte.
Yo he visto a su voz moverse
Las estrellas inmutables,
Y retroceder de un río
Los impetuosos raudales;
Y hender la tierra su canto,
Y evocar los yertos manes;
Y los huesos animar
Resto de llamas voraces.
Ora a sus ecos parecen
Las catervas infernales;
Con alba leche rociadas
Ora tornan a abismarse.
Ora del cielo enlutado
El torvo nublo deshace;
Ora en el estío ardiente
La nieve hibernal atrae.
Es fama que de Medea
Guarda las yerbas fatales,
Y que de Hécate ella sola
Domó los rabiosos canes.
En quieta noche le plugo
Con teas purificarme,
Víctima negra inmolando
Del Averno a las deidades.
Y diome mágicos versos
Con que a tu celoso engañes.
Basta cantarlos tres veces,
Y escupir cuando los cantes.
Y despreciará al chismoso
Que nuestro amor le declare;
Y dirá: «Soñando estoy»
Aunque en tus brazos me halle.
Mas no los cantes por otro;
Que los cantarás en balde.
Ciego es para mí tu dueño;
Lince para mis rivales.
Pues ¿no me dijo la maga,
¡Tan peregrina es su arte!
Que sus conjuros y yerbas
De mi amor pueden curarme?
Premio te pido, le dije,
No el fin de mi amor constante,
Y que jamás de mi Delia
Desterrar pueda la imagen.
Manuel Bretón de los Herreros