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LA VIDA DEL HOMBRE.
POEMA PEDESTRE JOCOSERIO.
LA ADOLESCENCIA

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Dejamos, lector insigne,
A nuestro héroe de marras
En una especie de crisis;
Que así se puede llamar
Aquel tránsito difícil
De los pueriles instintos
los humos juveniles.
Crepúsculo de la vida;
(Que en efecto, menos vive
Que vegeta  el individuo
En sus primeros abriles)
Crepúsculo de la vida
La adolescencia (otros dicen
La pubertad) se inaugura
Con los síntomas que siguen.
A las doce navidades
En unos se hace ostensible;
En otros, menos precoces,
No se muestra hasta las quince.
Sombrea leve pelusa,
Esto es, la barba en su origen,
Aquella parte del labio
Que frisa con las narices.
Pasa la voz a la boca
Desde la hueca laringe
En problemático son
Misto de tenor  y tiple.
Hierve la sangre en las venas,
Cuyo humor acre, proclive
(Que dijo el otro) rebosa
Por la humana superficie.
Panadizos y diviesos
Al protagonista afligen,
Y el corazón palpitante
Quiere salir de sus lindes.
Ignoradas sensaciones,
Deseos indefinibles
En el cerebro le bullen
Y en el pecho le sonríen.
No bien cambia el tonelete
Y la valona de nipis
Por la levita y demás
Atavíos varoniles,
Mira con fiero desdén
Los trompos y los confites,
Y si le llaman muchacho
Se le amontona la bilis.
Si antes estudió los géneros
Sin saber en qué consisten,
Lo que va de primo  a prima
Hoy sin vacilar distingue.
El desarrollo de Adela
Sigue con ojos de lince
Y observa que con el suyo
Simpático coincide;
Que, mientras juzga su padre
Que otros estudios prosigue,
En la historia natural
Hace progresos visibles;
Y es con las primas cordero
El que con los primos tigre
Sin descifrar todavía
La clave de este busilis.
Mas de la inocencia cándida
Pronto quebrados los diques,
Se convierten en demonios
Los que fueron serafines.
Ni es maravilla que al Céfiro
Cuando susurra apacible
La frágil caña se moza
Y se doblegue la mimbre.
Naturaleza nos habla
Halagüeña, inteligible;
Su copa exhala perfumes...
¿Cómo rehusar el brindis?
No es culpa de un pobre mozo
Si hay sátiros que le pinten
La virtud ruda y amarga,
Fácil y goloso el crimen.
Ni ¿qué mucho si el neófito
Lo que más le agrada elige
Entre el veto  de su dómine
Y el exequátur  de Filis?
Pecará...; yo no lo niego,
Mas si, en efecto, delinque,
Él purgará sus pecados
Y exclamará: ¡parce mihi!
¡Mirad! Su lustro primero
A duras penas fue triple,
¡Y ya aquella flor lozana
Diclina su tallo humilde!
El que ayer dio culto a Venus
Hoy a Mercurio  lo rinde,
Y el pecho que amor henchía
Lenta consume la tisis.
¡Qué dolor! ¡Oh adolescencia
Estúpida! ¿Y es posible
Que aún hagan muchos mozuelos
Alarde de sus deslices?
Por el flujo de hombrear
¡Cuántos publican la triste
Vergonzosa pestilencia
Que abrevia sus días! ¡Títeres!...
Y hay mueble tan presumido,
Que sin sentirla la finge
Mintiendo palmas de mártir
Cuando las llora de virgen.
A otros les da por la gloria,
Como a aquellos por la sífilis,
Nuevo linaje de búhos,
Aunque blasonan de cisnes.
Genios  son no comprendidos;
Es decir, incomprensibles,
Cuya misión en la tierra
Es renegar de su estirpe.
Sus númenes son vampiros,
Brujas, espectros, caribes...;
Su paraíso el infierno;
Su vida, suplicio horrible.
Oye el lúgubre ronquido
Con que del mundo maldicen
Que sólo han visto pintado
En bïombos y tapices,
Y el afán con que pretenden
En fuego y sangre fundirle,
Como el que abrasó la cama
Para acabar con las chinches.
Observa el raro contraste
De sus gracias infantiles
Con la seriedad ridícula
De sus pláticas bilingües.
Míralos cómo ponderan
Desengaños que no existen,
Pesares que no conocen,
Placeres que no conciben.
Para ellos todas las hembras
Son Mesalinas o Circes,
Ponzoña sus atractivos,
Prostitución sus melindres.
Y es porque ellas al muñeco
Que arriesga amoroso envite
Responden: «Límpiese el moco
Y aparte; que no me sirve».
Paciencia, ¡pobre zagal!
Si al tormento sobrevives
De no ser hombre  cual piensas
Ni niño  como lo fuiste,
Yo prometo que algún día
Con ellas te reconcilies
Y llames diosa del mundo
A la que hoy llamas esfinge.
Entonces... Mas para entonces
Con otro romance en ristre
Te emplazo. Este ya llegó
Al opus coronat finis.

autógrafo

Manuel Bretón de los Herreros


«La vida del hombre»
III


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