EGO DE HUÉSPED
Entonces...
¿Quién es que aquí me dice: —mira esta niebla, ven
a recordar tu forma primitiva? ¿No sientes
que andan peces antiguos por tus venas recientes?
¿ Quién el útero virgen del pensamiento
preña?
Algo que vaga, crea, si es un ocio que sueña...
Ven a mirar tu origen que es casi amorfo, ven.
No ves que hay un solemne misterioso vaivén:
una onda que viene de no terrestres puntos
y alimenta con hondo e inefable alimento
los más sutiles filtros que hay en el pensamiento.
Barro y alma ¿qué han hecho? ¿Quién los ha
puesto juntos
en este espacio ardiendo que va en el cuerpo mío?
¿Hay acaso un sentido no propio que trabaja
desde un remoto aliento tercamente en mis cosas?
¿Si he sido yo otras veces, si tal vez soy el río
que desde alguna oculta montaña siempre baja,
puedo yo estar tranquilo de este andar que no es mío?
Aire puro, a ti solo puedo decirte algo;
si vengo de las nieblas, ¿quién me ha puesto de galgo
en esta caza oscura donde una voz escucho,
una voz que me empuja, una voz que me manda
a recoger, aún viva, la codiciada presa...?
Pero, aire puro, dime: ¿por qué con ella lucho,
y entre mis dientes sangra sólo luz que se agranda,
como si entre mi boca mordiera la belleza?
¿Dime, aire puro, dime, qué voz es la que escucho
que ya no me detengo y es con la luz que lucho?
¿Es que ya entre la sangre que va en el cuerpo mío
lo más distante tiembla con mi nombre,
igual que aquella altura que tiembla bajo el río?
Manuel del Cabral