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RULETA

                    I

Señores profesores, ahora mismo,
psicoanalicen muebles, máquinas, porotos,
porque mañana es tarde...

La Iglesia va camino de ser pobre,
la sotana no quiere comer ya
con la mano derecha,
Cristo era zurdo... la derecha engorda...
y el templo está en el cuerpo que está a dieta.

Yo vengo del velorio donde orinan los ojos
y donde la inocencia contagia a los difuntos.

Voy a encender un fósforo
porque hay odios que nunca los encuentro de día.

Voy a poner mi espalda frente a mí
porque ella es la memoria de mi sombra indefensa.

Tiene el hombre dos patas pero mata con cuatro,
odia con cuatro, come con cuatro, con cuatro fornica,
pero no se parece al animal...

La memoria del animal es la memoria del espejo.

El animal es inocente como una espada.

La espada es el animal de los metales.

                    II

El árbol crece cuando yo lo miro,
es animal cuando me llega en mueble,
se animaliza cuando ya es la cama.

Pierde prestigio el animal si piensa.
Pierde el conejo el ángel
de su diente sepulto en zanahoria.
Pierde el caballo su montón de niños,
su relincho capaz de curar curas.
Pierde el burro
los soldados herbívoros que duermen en sus dientes.

Mientras tanto los dedos de los monos
hablan con piojos que parecen novios,
el idioma del chivo está en su cuero:
en el pellejo del tambor chismea,
pero no es el chivo
el único difunto que molesta,
pululan como moscas y se posan
en la mesita de tres patas tantos
que el zacateca de los cementerios viene
disfrazado a buscar sus inquilinos.
Y allí están todos, pero no están gratis,
son invisibles, pero allí están sucios.
Notarios con olfato de cuadrúpedo
ponen el ojo en la nariz atea
porque hay gusanos en el cielo y saben
que hasta el cadáverde la rosa hiede.

En resumen: que el poeta
es el más limpio de los animales.

Un guerrillero inédito, dormido en el estómago,
sale de pronto como el sarampión,
irrumpe entre bigotes académicos,
mete el fusil hasta la prehistoria,
pincha el pecho del Rey, y mientras se desinfla,
le dice a un carpintero:
— ¿Cuánto tiempo te lleva hacer mi cruz?
—El que tiene tu cuerpo.
—¿Y su precio?
—Dame el aire del Rey.
—Pero el Rey ya no existe.
—No te pido el reinado, pido el aire.

Hay fantasmas que duran más que el cuerpo,
aviadores que vienen de más lejos que el cuerpo,
dos mil años quizá para un fantasma
es demasiado... pero Cristo aguanta.

Mientras exista
una fe remendada con trapitos de infancia,
una locomotora escondida en la rosa,
una escoba mental, bruja en el cáncer,
un guerrillero de sonrisa a plazo,
un terremoto con un lápiz triste,
un automóvil que se me arrodilla,
un bonzo que entre llamas da clases de alegría
y asusta a la materia mendiga de este siglo.

Mientras existan los fantasmas sólidos,
un sirviente del sueño es un Señor... Pero...
este lujo es difícil, nadie quiere un Señor...
no le sirve al político ni al amo de la tierra,
ni siquiera al psicólogo de oníricos maricas.

Pero precisamente,
éste es el día que por limpio estalla,
el poema no escrito que está lleno de espacios,
lo no condicionado, venenoso de puro.
Se siente ya el olor de lo que viene
en el clima no sólo del que lava silencios,
hay difuntos con sueldos y con votos
y hasta sentados entre camaradas.

Yo, todavía,
con permiso de hoy, me pongo triste.
Y no invento mi yo, yo no puedo inventar
lo que es más viejo que mi esqueleto,
esta piedra en pedazos que cada vez que cruje
humilla mi pequeña eternidad de carne.

                    III

Anécdota la mano cuando tiembla.
Abismo con horario cuando piensa.
Piedra es amor cuando se mira el hombre.
Reloj el ojo que acaricia... pero...
Amor no es tiempo, lo deshace a besos.

Amor es un mendigo peligroso,
pide forma de luz.., llega con ella,
y ella viene en la ola, tiembla y huye;
cuando se va de una sonrisa al odio,
cuando tiembla en el miedo de la infancia,
cuando aparece deshaciendo entuertos,
cuando pregunta qué es el mar y es ella,
ella que llega y no sabemos cuándo
se va y se queda y se destruye a besos,
cuando no quiere suceder y tiembla,
cuando la duda la atosiga y tiembla.
cuando la juzga la razón y tiembla,
cuando la sangre la aprovecha y tiembla,
sólo no tiembla cuando viene sola,
es unidad y sucesión a un tiempo,
su soledad es revolucionaria,
huye de ella para ser... y siendo...

La luz se aburre donde el ojo es burro.


Donde el vacío tiene cosas raras,
por ejemplo: guardianes. Estos insectos
son anteriores a la mariposa,
llegaron a la tierra por descuido de alguien,
y ahora no sabemos cómo echarlos,
si se van, no comemos, si se quedan,
tampoco. Analfabetos como el río
que le quita la mugre a Don Hidalgo
y a Sancho su entidad popular de sicote,
no nos dejan tranquilos por dejarnos tranquilos,
pero el aire se ha puesto pantalones.

Ya se acabó llegar a los velorios
dejando en casa la mitad de uno;
ya se acabó dejar de ser
para quedar muy bien con el que sufre,
ese pésimo pésame ridículo
que se nos cae ahora como fruto podrido,
ese astuto inocente,
ese pésame lleno de alegría,
tan capaz de matar al mismo deudo,
ahora lo tenemos cibernéticamente de juguete,
cuando nos aburrimos
se lo ponemos de levita al niño.
Ya se acabó el vinagre con saliva de abeja,
a desmontar la ópera llega el jabón a tiempo.

Eso ya de planchar una sonrisa
para que suba un presidente inútil
se está estudiando en los laboratorios,
porque es un virus terco, pero amable;
se mete como el semen en la pata de la patria
y no la deja andar,
se la come a saliva aduladora;
lo sabe el guerrillero que trabaja en un hoyo
enterrando trapitos de este siglo.

                    IV

El agua de los ojos no se vende
pero el lacayo lava con ella los palacios.

Se puede en sociedad hablar del agua simple
pero en verso se niegan mis riñones.
Estos extraños alquimistas míos
quieren guitarra líquida, río no negociable.
Mis riñones,
ya enfurecidos como hippies, gritan: no queremos
la salud del caballo, gonococos insignes
dejaron bibliotecas en nuestra cañería.

Nosotros,
somos gente decente: no lloramos.
Sin embargo, tenemos en el cuerpo párpados atrasados,
los ponen sólo alegres los difuntos,
van al velorio como a los banquetes.
Es verdad
que hicimos orinar a Víctor Hugo
en un momento en que poblaba al mundo,
lo tuvimos en cuenta pero no arrepentidos;
con mierda ilustre hizo Quevedo a España,
la hizo popular como una estrella
que se cae en un charco:
letrinizó con trino, trago y tropo,
la salvó de morir de higienicida.

Pero allí estan aún arrodillando espadas
todavía lujosas pordioseras:
estoy hablando de las catedrales.
Sin embargo,
es demasiado ser ateo en verso.

Un minuto de cerdo sin mi asombro
es mucho para Adán, somos vecinos.

Cápsulas grandulonas van a Marte
cuando hace ratos que los niños fueron.
¿Por qué no usa mi sonrisa el odio?
Con ella puede fabricar cohetes
y quedarse tranquilo hasta que vuelva
la duda a perturbar y a construir
monumentos con ciegos albañiles
como Platón y Sócrates, al menos
puede la rosa denunciar sin celda
a tantos vagabundos con estatuas
y a ese mito de la matemática
que tanto daño ha hecho a la azucena.

Pero insisten...
Niños de teta de la vía láctea
con barbas como estrellas harapientas,
vienen y van en la rudimentaria
filosofía fofa de la hamaca.
En cambio, la calandria la mañana,
igual que una moneda sin espía,
nos la tira en el cuerpo, pero al hombre
la luz le pesa mucho en los bolsillos.
No la quiere... pero la usa...
Es pequeño el detalle. Sin embargo,
es como el de la avispa cuando visita a Einstein,
ella juega con él... pero lo pica
y agujeros le hace al infinito.

                    V

Hablo y sueña la piedra, piensa el árbol.
Las estatuas discuten cuando sufro.
El reptil se me sube, pero encuentra
en mi sonrisa un sanatorio gratis.
Esto también me pasa con las cosas
que me rodean en mi domicilio:
una silla, una almohada, una camisa;
a veces me preguntan cuánto cuesto;
quizá yo mismo
me repartí en la noche;
quizá yo mismo
lo que dejé en el tren o el automóvil,
regresó a cierta hora y les dio vida
a los objetos que de secundarios
pasaron a Manuel...
casi me llamo cuando se me acercan.
Trato de oler y de buscarme a ratos.
Trato a la noche
que me quita mi nombre a cada instante.

Era soberbio, pero está tan triste
la mañana en el filo de la espada.

Pasa un avión, es la caverna suelta.
Los virus de mi prójimo me llegan abogados...
Yo no respondo a la barbarie escrita.
Pájaros tan sencillos se ven por mi ventana
que no me atrevo a despertar lo sucio.
Temo tomar un tiempo
que no le pertenece al verso mío.

Por cosas metafísicas pregunto,
me responde el radar de los insectos,
no la sotana zurda... Sí la otra...
millonaria burócrata del cielo.

Así las cosas,
como yo soy testigo y testamento,
me pongo, por las dudas,
mi chaleco de fuerza y sigo hablando.

Debo ser generoso
con la escoba que ensucia cuando limpia...
Debo ser generoso
con el señor que en la letrina escribe
cosas más sucias que las que defeca.
Mas no le doy disculpas al smoking
lo condecora un tropezón conmigo;
debe saber que en el espejo dejo
un cadáver de mí que no se pudre.

Comprendo, sin embargo,
que ya me quedan pocas glondrinas
allí donde la astucia es pordiosera,
allí donde un hambriento diputado del aire
me tiene
agotados los pájaros de Bécquer.

Pero el niño que mira las estrellas del pozo
está viendo allá abajo las espaldas del cielo.

La gota de rocío no perdona
los equinos que hicieron que relinche mi frente,
ni tampoco
el avión que me mata los paisajes,
pero perdona si en el viaje viene
Jesucristo de píldora antiprole.

                    VI

Testigo de mi tiempo sobre un gajo de yerba
el ojo de rocío le da al hombre distancias.

—Trátame así, le dije.
Pero el ruido no quiso.

—Mira que voy a hablar de un testimonio.
Pero el ruido no quiso.
Siempre es difícil explicar lo simple.
Me puse entonces otra vez de trampa,
es un traje no mío, no me gusta,
no es mi tú, ni mi hoy, ni mi haber sido,
y esto no lo perdona mi estatura de triste;
me perdona los órganos sexuales,
me perdona la mano que me usa dormida,
me perdona que tenga la noche entre las piernas,
me perdona
sentarme en una duda que es un feto de abismo,
me perdona
hasta que ponga a ratos un poco de Manuel
en donde un raro
mellizo de mi yo me tolera la carne.
Sin embargo, comprendo
que perder un fantasma no es lo mismo
que perder tontos útiles...
Lo saben
los intestinos de Van Gogh:
tripas como vacías catedrales;
lo sabe
el pellejo que a besos me pusieron,
el que comienza
como enemigo a dibujarme mapas,
caminos traidores
que lentamente ponen esotérico a falo.

Ahora bien,
más de 60 años de huésped en la tierra
son 60 suicidios bien comidos,
sin embargo,
alimentar trocitos de muerte es masturbarse,
medio siglo cuidando ratones metafísicos
metidos en el cráneo como en una alacena,
voy sacando Manueles, retazos de mi asombro,
testigos en pedazos, espías sin salario;
allí en un beso se quedó una M,
en una duda se me fue la A,
las otras letras como huesos fieles de mi esqueleto,
no quieren repartirme, son Manuel hasta en contra,
y por alcobas y por trampas mansas
me buscan en trocitos como en espejo roto.

Hace ya mucho tiempo que soy una valija
sin estación pero con etiqueta;
respiro como un número,
mi emoción es un número,
soy un número ebrio.

Sin embargo, hay más muertos que vivos,
y esto ya es importante.

Los amos de la tierra que obligan a los números,
comienzan a dudar si están quietos sus muertos...

autógrafo

Manuel del Cabral


«Los huéspedes secretos» (1951)

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