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SON LOS MISMOS

Míralos allí, no se mueven, usan grandes barbas,
birretes enlutados como viudos ilustres.
Son los mismos que hace siglos
te gastaban a fuerza de tribuna,
los mismos
que te usaban bajo togas y sotanas
con sentencias sonoras como un crimen callado.
Sí, son ellos... los que siempre
negocian con la trampa del párpado del sexo
para que a veces lloren tus raíces...
Tú que sólo eres pura
en la baba sagrada de los bueyes
y en el cristal que se le cae al niño
desde la boca y se le queda tibio
entre los dedos como un hilo élástico
que le quiere coser su agua rota de infancia.

Saliva: tú que eres la vaselina de la palabra,
digo que todavía hay un «se puede».
Míralos. Allí están disfrazados de leyes...
No son los que de pronto te hacen rea en un beso,
entre dos calabozos donde ahogas el diálogo;
son los que en los palacios
se van a los rincones y te usan,
y con verbales brujerías
toman a la palabra como un mueble,
y ebanistas del mal,
la lustran con tu aceite,
la llevan al mercado bien vestida,
impecable de superficie,
inesperadamente dulce,
insospechable de ajetreo oscuro,
la llevan al mercado
y con ella comercian con el mundo.

Pero, saliva, no te equivoques,
mírale bien la cara al condenado;
mírasela a este otro...,
son las de siempre, son las de los pobres.

Ya ves, no son esos...

¡Deja que escupan a los inocentes...!

autógrafo

Manuel del Cabral


«La isla ofendida» (1965)
Los universales


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