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HORA XXI

EL ENSUEÑO

Era una noche como todas; nada
                        Nuevo en el aire había:
En torno platicaban de mi puesto,
Yo sin las voces el rumor sentía.

Y de pronto, los párpados abiertos,
                        En religiosa calma
Me pareció embeberse mis sentidos
Y en sueño aéreo se arrobó mi alma.

Y a aquella vi por quien el tiempo olvido
                        Si gozo su presencia,
Y si de verla dejo solo un día
Siento un abismo entre los dos de ausencia;

Reclinada la vi, serena y muda
                        En apacible lecho;
Mas estaba dormida... ¡muerta estaba!
El hálito vital faltó en mi pecho.

Inmaculada viéndola y gloriosa.
                        No me ocupó el espanto,
Mas de infinito amor penas sin nombre,
Y sin ruido en mi faz rodaba el llanto.

«¡Buen Dios, ella se ausenta, ella enmudece!
                        ¡Y mi labor querida,
Esa conversación nunca acabada,
Ha quedado por siempre interrumpida!»

Pensé, y luego la hablé sin voz, cual ella
                        Sin mirar me veía,
Que en su rostro, los párpados cerrados,
La luz brillaba del eterno día:

«Me ves cual soy, cual fui: ¡todo lo sabes!
                        Entrego a tu mirada
Con muchas culpas réproba mi vida,
Mas de sobra en tu amor purificada.

«Tú, enseñada al perdón desde este mundo,
                        Esas culpas perdona,
Y dime si en el cielo que posees
Hay para tanto amor digna corona».

Yo hablaba así. Después tiempos pasaron
                        Que, horas en este mundo,
Fueron, medidos en región más alta,
Siglos de amor y de dolor profundo.

Ni sé si de esas horas seculares
                        Señal quedó en mi frente;
Sé que agoté la fuente de las lágrimas
Y el lauro merecí del penitente.

Vuelto de ahí, cual Lázaro, a la vida
                        En impensado instante,
Viva hallando a quien muerta vi, la creo
Beatífica visión siempre distante.

«Hablábamos ayer», decirla quiero,
                        Pero callo doliente;
No hay voz que este misterio explique, y gimo,
Partido el corazón, casi demente.

autógrafo

Miguel Antonio Caro


«Horas de amor» (1871)

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