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TODO ESTÁ AQUÍ

Anhelaba esta hora de vida en la montaña.
Esperaba este sol para buscar senderos
perdidos en la niebla de la remota infancia.

Me detuve en la orilla luminosa del río
y jugué con el agua, limpia como un espejo
y en ella vi mi rostro como cuando era niño.

Piso mi valle. Siento la verde luz del campo,
la gravedad del pino que se curva ya viejo
sobre la tierra y siento las grietas del arado.

Estoy aquí sembrado como si fuera un roble
que respira en sus aires y se yergue hacia el cielo
con una algarabía de pájaros cantores.

Creo en el sol de junio y en el pan de la espiga;
creo en las amapolas que iluminan los huertos
y en las simples violetas que oculta la neblina.

Creo en el hombre triste, sin palabra y sin llanto,
que anda por las veredas con su vara y su perro,
apacentando sueños detrás de los rebaños.

Creo en la niña pálida que casi va desnuda
y detiene a su paso las palomas en vuelo
o dobla ante una malva la flor de su cintura.

Creo en los manantiales y en el fuego sin límite
del frailejón de oro, guardando su secreto
más allá de la noche que su aliento percibe.

Creo escuchar la abeja que despierta a la rosa.
La ronda de los niños, segadores del tiempo.
La rueda de los juegos girando en mi memoria.

Todo está aquí: la brisa, la flor, la mariposa.
Y Dios está en la yerba. Camina sobre el viento.
¡Ah! ¡Creo oír el canto matinal de las horas!

autógrafo

Manuel Felipe Rugeles


«Cantos de Sur y Norte» (1954)

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