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ROMANCE  PARA  UN  POETA

Esta tarde hablo contigo,
Manuel Felipe Rugeles:
cien años de cielo y gloria
pesan sobre tu palabra,
y aunque sigas en la sombra,
con tu sombra fatigada,
tú diste vida a una fuente
y en el soñar te acompaña.

...En tu tierra —nuestra tierra—
todas las cosas te aguardan.
«Coplas», «Neblina» y «Azul»
perviven en tu morada.

Y aquel Antonio Machado,
de soledades lejanas.
El clavel de los domingos
siempre abierto en la montaña.
Y la plaza con su sol
y la niña en la ventana.
Las violetas de la Ermita
que adornaban tu solapa,
y el agua dulce del río
que hoy no alegra tu garganta.

...¡Ah, sigamos recordando,
antes que se nos caiga
la noche y estemos ciegos,
sin ver todo lo que pasa!
Hay que hacer algo esta tarde
para templar la añoranza,
para renovar los sueños,
para juntar la nostalgia.
Unidos pétalo y trino,
virtud de pureza intacta,
guardados y defendidos
por invisibles murallas,
viven aún los poemas
que maduró la esperanza,
puestas las manos al viento
con un temblor de alborada.
Testimonio de tu espíritu.
Rescoldo azul de tu llama.

Al fin de cuentas, hermano
Manuel Felipe Rugeles,
la vida no es lo que importa.
¡Es lo que al morir se salva!
Ya lo dijo Omar Kayam.
Lo dijo en el Rubayata:
«Barco que al final se rompe».
Y yo agrego estas palabras
para comprender tu sino
de copa que se derrama
con lumbre, aceite, rocío,
perfume, vino, miel, agua.
¡Tu canto es ya vida eterna!
Y es amor que nos traspasa,
aroma que no se extingue,
luz que no nos desampara.
Lo mismo que las violetas
y el clavel de la montaña,
tu canto es flor que ha vivido
en su plenitud de gracia
y que se eleva hasta el cielo,
midiendo tiempo y distancia,
con sus raíces profundas,
crecidas dentro del alma.

autógrafo

Manuel Felipe Rugeles


«Dorada Estación» (1961)

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