LA GRATITUD DE CUCUFATE
Mientras retumba a lo lejos
el fragor de la batalla,
los heridos se amontonan
al amparo de una carpa.
Suenan ayes, alaridos,
impotentes amenazas
y tremendas maldiciones
a los santos y las santas.
Mas en aquel pandemónium
del dolor y de la rabia,
el alférez Cucufate
dice con voz resignada:
—«Bendita sea la virgen
que me libró de las balas»...
Cucufate se moría
de una tremenda lanzada.
Manuel González Prada