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EL CAMINANTE

                        I

Brota en Oriente la Luna
y su blanca luz esparce,
como Sol encanecido
como Sol agonizante.

Los altos médanos brillan
como hilera de titanes
con escamadas corazas
y blanquecinos plumajes.

No hay rumores en la Tierra
ni susurros en el aire,
que el desierto se adormece
con mutismo de cadáver.

Sólo resuena a lo lejos
la resaca de los mares,
como la rítmica y ronca
respiración de un gigante.

A galope del caballo,
un nocturno caminante
recorre solo y sin guía
los dormidos arenales.

                        II

Resuena lejos, muy lejos,
una voz tan inefable,
que suspiran las arenas
y se estremecen los mares.

A su caballo detiene
el nocturno caminante:
queda inmóvil, embebido
en la voz de los cantares.

El no ve que sopla el viento,
el no ve que los titanes
agitan ya sus corazas
y sacuden sus plumajes...

El no ve que las arenas
ascienden, giran y caen,
resplandeciendo a la Luna
como polvo de brillantes.

La Luna vela su disco,
se desatan huracanes,
y queda en tumba de arena
sepultado el caminante.

autógrafo

Manuel González Prada


«Baladas peruanas» (1935)

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