EL CAMINANTE
I
Brota en Oriente la Luna
y su blanca luz esparce,
como Sol encanecido
como Sol agonizante.
Los altos médanos brillan
como hilera de titanes
con escamadas corazas
y blanquecinos plumajes.
No hay rumores en la Tierra
ni susurros en el aire,
que el desierto se adormece
con mutismo de cadáver.
Sólo resuena a lo lejos
la resaca de los mares,
como la rítmica y ronca
respiración de un gigante.
A galope del caballo,
un nocturno caminante
recorre solo y sin guía
los dormidos arenales.
II
Resuena lejos, muy lejos,
una voz tan inefable,
que suspiran las arenas
y se estremecen los mares.
A su caballo detiene
el nocturno caminante:
queda inmóvil, embebido
en la voz de los cantares.
El no ve que sopla el viento,
el no ve que los titanes
agitan ya sus corazas
y sacuden sus plumajes...
El no ve que las arenas
ascienden, giran y caen,
resplandeciendo a la Luna
como polvo de brillantes.
La Luna vela su disco,
se desatan huracanes,
y queda en tumba de arena
sepultado el caminante.
Manuel González Prada