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TARDE SERENA

Esta vida ¿es don del cielo
que debemos bendecir?
¿o venimos a este suelo
para llorar y morir?
  ¡Don del cielo! ¿Por qué no?
Alzo mi frente y contemplo
que el universo, es un templo
que el Creador se levantó.
  ¡Es tan azul el espacio,
el aire tan transparente,
lleva la tarde en su frente
tantas gasas de topacio!
  El horizonte dilata
su franja azul a lo lejos,
azul como los espejos
del golfo que lo retrata.
  Blancos penachos de espuma
agita la mar sonora,
y la onda se tuerce y llora
bajo su manto de bruma.
  Allá por el valle umbrío,
como una cinta de acero,
pasa ligero, ligero,
sonando, apenas, el río..
  Y llevando en el cristal
escamado de sus olas
las deshojadas corolas
de las flores del juncal.
  Todo en el bosque es aromas,
todo solemnes murmullos,
y músicas y arrullos
de brisas y de palomas.
  Y se va apagando, el día,
y va suspirando el viento,
y se llena el pensamiento
con la imagen de María.
  ¡Qué dicha la de sentir
dulce, profunda, secreta,
una pasión de poeta
imposible de decir!
  Pasión a un tiempo nacida
al cambiar una mirada,
como ninguna sentida,
como ninguna premiada.
  ¡Qué dicha la de soñar
en este mísero suelo
con una virgen del cielo
y junto a ella despertar!
  Y en voluptuoso sopor,
en su regazo, adormido,
oír el suave latido
que está murmurando Amor.
  ¡Amor! Palabra divina.
Parece que de improviso
al pronunciarla nos abre
sus puertas el Paraíso,
si quien la sueña delira,
si quien la balbuce canta,
si quien la dice levanta
una nota que suspira
con música más suave
que el sonido de la lira
o que los trinos del ave.

  Hay en ella sentimiento,
hay en ella, bendición,
no se que vago acento
de tristeza y de pasión,
que hace vibrar conmovidas
las fibras más escondidas
del ardiente corazón.

  La vida, esta rapidez
que nos arrastra en la tierra,
este minuto que encierra
niñez, juventud, vejez:
¿cómo puede ser bastante
a la expansión infinita
que para su amor gigante
el corazón necesita?
  ¡Qué...! ¿Lo eterno en un instante?
¿Lo inmenso en lo que es pequeño?
¿En la muerte lo inmortal?
¿La realidad en un sueño?
¿El cielo en lo terrenal?
  ¡Oh! yo quisiera, quisiera
que en la espuma de las olas,
que en la ráfaga ligera
del olor de las corolas,
que en las alas de la nube,
que en las del cóndor sereno
que cerca los astros sube,
que en las del rápido trueno
se perdiera el alma mía...
para sentir la grandeza
de embriagarme en la poesía
de la gran Naturaleza;
y así, como en un abrazo
ideal, sublime y bendito,
abarcar la creación
en el amor infinito
que llevo en mi corazón.

autógrafo

Manuel María Flores


«Pasionarias»
Primera parte


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