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ADIOSES

ADIÓS A JALAPA

Tierra de bendición, tierra querida,
para siempre quizá de ti me alejo,
y con mi adiós te dejaría mi vida,
pues que del alma la mitad te dejo.

  Adiós, tu azul y trasparente cielo,
y la sombra nupcial de tus palmares,
y allá de tus confines tras el velo
la línea opaca de los vagos mares.

  Adiós, Jalapa, lánguida paloma
que reposa a la margen de la fuente,
entre los bosques de fragante aroma,
al ruido sonoroso del torrente.

  El ángel de la noche misterioso
bajo su negro pabellón de estrellas
te besa con el beso del esposo,
abre sus alas y te aduerme en ellas.

  Y la aurora te encuentra todavía
envuelta en los cendales de la niebla,
hasta que te despierta la armonía
con que el zenzontli tu recinto puebla.

  Eres grata y gentil como la palma
del desierto, en la arena abrasadora,
frente a do llega enamorada el alma
la sed a mitigar que la devora.

  Por eso te idolatra quien te mira
y no te olvida quien de ti se aleja,
y en cada adiós que el corazón suspira
algo del mismo corazón te deja.

  ¡Cuántas veces al rayo de tu luna
cercado de mis dulces ilusiones,
he soñado la gloria y la fortuna
al arrullo de amor de mis canciones!

  ¡Cuántas veces sintiendo por mi frente
los besos de tu brisa perfumada,
algo divino descendió a mi mente
iluminando el ánima turbada!

  ¡Cuántas veces entonce el arpa mía
cayó a mis plantas impotente y rota...
que decir a los hombres no sabía
la voz del cielo que en tus auras, flota!

  ¡Cuántas veces también el alma quiso
al verte a ti, jardín de las delicias,
la mujer sin rival del Paraíso
para morir de amor con sus caricias!

  Y la encontré tal vez... Y vi su sombra
en el misterio de la noche en calma...
¡Una mujer!... ¡Mi boca no la nombra
pero la llevo aquí, dentro del alma!

  ¡Una mujer!... la creó mi fantasía,
la soñó mi ilusión, mi amor ansiola,
la encontré, la adoré, la llamé mía,
y en mi alma vive refulgente y sola.

  Única fe que el corazón cautiva,
yo la idolatro, con mi vida entera,
con inmensa pasión mientras que viva,
con infinito amor cuando me muera.

  Y te dejo también, luz de mi cielo,
única flor de mi desierta vida;
solo y perdido en apartado suelo
¿qué hará mi alma entre los dos partida?

  Sin ti ¿qué seré yo...? Sombra que vaga
en medio de la noche del desierto,
lámpara de esperanza que se apaga,
corazón: ¡ay! en desamparo muerto.

  Cuando esté lejos de tus ojos bellos,
ojos divinos que por mí lloraron,
acuérdate ¡ay! que con pasión en ellos
mis labios tantas lágrimas secaron...

  Acuérdate ¡ay! que con la fe del niño
me entrego de tu amor a la confianza,
que es la vida de mi alma tu cariño
y el alma de mi vida tu esperanza.

  ¡Acuérdate ay! que tu celeste nombre
le solloza mi labio balbuciente;
que mi primera lágrima de hombre
al decirte mi adiós, cae en tu frente...

  Adiós, Jalapa, búcaro de rosas;
manantial a la sombra de la palma,
región de los ensueños, de las diosas,
y de las dichas que idolatra, el alma.

  Quédate, adiós, encantadora tierra
de mi fe, de mi amor, de mi ventura...
Hondo sollozo mi garganta cierra,
al decirte el adiós de mi ternura.

  Acaso, ya jamás... jamás —¡quién sabe!—
a verte volveré, suelo querido;
tal vez mi vida solitaria acabe lejos,
muy lejos de mi Edén perdido.

  Adiós, la última vez, tierra querida,
nido primaveral de mis amores,
que vuelva a verte... y a encontrar perdida,
una modesta tumba, entre tus flores.

autógrafo

Manuel María Flores


«Pasionarias»
Primera parte


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