INCIDENTES AFECTIVOS
A SUS OJOS
Mansos, suaves ojos míos,
tersos ríos
rebosantes de quietud;
a beber vuestra mirada
sosegada
llega mi alma a plenitud.
Sois, mis ojos, viva fuente
sonriente
de que fluye vivo amor;
al tomar vuestra luz pura
es dulzura
cuanto amáis en derredor.
Me miráis, ojos de mi alma,
con la calma
con que mira el cielo al mar,
con bendita paz serena
toda llena
de la dicha de esperar.
En vosotros se depura
toda horrura
que prenda en mi corazón,
en vosotros se serena
mi honda pena
y vuelvo a resignación.
¡Oh mis dulces dos luceros,
manaderos
de la luz que a Dios pedí,
Dios por vosotros me mira
y respira
por vosotros Dios en mí!
Cuando mi alma va perdida,
sin salida,
del mundo en la confusión,
al miraros en los míos
me da bríos
vuestra dulce y casta unción.
Cuando llegue a mí la Muerte,
¡trance fuerte!,
y apague mi loco afán,
a la luz de esas pupilas
tan tranquilas
mis congojas dormirán.
Y al sonarme la partida,
tan temida,
el Ángel de Libertad,
tomaré en vosotros puerto,
siempre abierto,
al mar de la eternidad.
Brizará aquel recio día
mi agonía
de tu mirada el cantar,
llevándome silencioso
al reposo
del sueño sin despertar.
Se hundirán mis pobres ojos,
luego flojos,
en los tuyos al morir,
y de allí alzarán su vuelo
hacia el cielo
en que a muerte va el sentir.
Y en los ojos del Eterno,
Padre tierno,
de vuelta al eterno hogar,
gota de lluvia en océano
soberano,
se habrá mi alma de anegar.
¡Oh, mis ojos, sólo quiero,
sólo espero
que al volar de esta prisión
me guiéis hasta perderme
donde duerme
para siempre el corazón!
Y si a ti, mi compañera,
te cumpliera
de este mundo antes partir,
la luz toda de mis ojos,
luego rojos,
con los tuyos se ha de ir.
Llevarás a la otra vida
derretida
de mis entrañas la flor,
y de Dios al seno amigo
va contigo
de tu amor preso mi amor.
Y en la noche de este mundo,
errabundo
veré tus ojos brillar
cual luceros de esperanza,
de que alcanza
libertad quien sabe amar.
¡Oh, mis ojos, sólo quiero,
sólo espero
que al volar de esta prisión
me llevéis hasta perderme
donde duerme
para siempre el corazón!
¡Oh, mis dulces dos luceros,
mis veneros
de la paz que a Dios pedí,
Dios por vosotros me mire
y respire
por vosotros Dios en mí!
[26 X 1905]
Miguel de Unamuno