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LA HUELLA DE SANGRE DE FUEGO

¡Seguidme! ¿Qué? ¿no veis la ruta acaso?
¿no oís mi voz? ¿tembláis ante el desierto?
¿las estrellas no véis ? ¡Va vuestro paso
sin rumbo cierto!

«¿Dónde está —respondéis— dónde el camino?
No bien pasas se borran de él tus huellas,
¡y no hemos de esperar nuestro destino
de las estrellas!

»Siembra algo en él, pues vas tú muy de prisa
clava de trecho en trecho piedra de hito;
buscárnoslo equivale a la requisa
del infinito».

Pero es que aquí nada tengo ahora a mano,
nada con qué marcaros vuestro rumbo;
habréis de caminar al azar vano,
de tumbo en tumbo.

Pero sí, esperad, traigo un cuchillo,
sangre en el corazón, fuerza en el brazo;
señalaros sendero me es sencillo,
con firme trazo.

¿Lo veis? Con él me rasgo las entrañas,
las derramo fundidas por el suelo,
conmigo irá la huella a las montañas,
¡subirá al cielo!

De mi sangre podéis seguir el hilo,
por donde voy sangrando es la vereda,
y allí donde yo muera, es vuestro asilo,
allí la queda.

Voy sembrándome yo todo y entero
por llano, monte, piedras, polvo y lodo,
yo, yo mismo, yo soy vuestro sendero,
¡tomadme todo!

De la divina estrella que es mi norte
la luz toda en mí sangre aquí os dejo,
¿no la veis cómo brota ? ¡no os importe!
¡yo soy su espejo!

Nunca, alma desdeñosa, tú, cobarde,
buscaste adormecerte en el sosiego;
¡deje tu corazón que en sangre arde
rastro de fuego!

Agua sacó Moisés de seca roca,
yo quiero con mí sangre marcar hierra,
fuego quiero que caiga de mi boca
sobre la tierra.

Sangre de fuego que la roca escalda...
la montaña, ¿os estorba? mi trabajo
de dolor me costó, mas ved su falda
quebrada en tajo.

Esa estrella que allá, desde la cumbre,
frío, apagado, os manda su destello
metiome al corazón toda su lumbre,
¡sangra por ello!

«Una de tantas; —me decís— se anega
su luz del cielo en el inmenso coro».
No sabéis ver; la inmensidad os ciega
con polvo de oro.

Vosotros no tenéis estrella propia;
la polar, a su vez, se os oscurece;
tenéis que caminar sobre la copia
que en mí florece.

Quien su estrella no ve si se hace día,
ni de su dulce luz siente la brasa
dentro el pecho, no puede ese ser guía,
quédese en casa.

Os dejo de mi sangre en el reguero
la luz, cernida en mí, de esa mi estrella,
ved cómo a quien debéis vuestro sendero
no es si no a ella.

autógrafo
Miguel de Unamuno


«Poesías» (1907)
Incidentes afectivos


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