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SOLDADOS EN ABISINIA

Mussolini
Sobre el puño, la barba.
Sobre la mesa, en cruz,
África
desangrada.
África verdinegra y azulblanca,
de geografía y mapa.

El dedo, hijo de César,
penetra el continente:
no hablan las aguas de papel,
ni los desiertos de papel,
ni las ciudades de papel.
El mapa, frío, de papel,
y el dedo, hijo de César,
con la uña sangrienta, ya clavada
sobre una Abisinia de papel.

¡Qué diablo de pirata,
Mussolini,
con la cara tan dura
y la mano tan larga!

Abisinia se encrespa,
se enarca,
grita,
rabia,
protesta.
¡Il Duce!
Soldados.
Guerra.
Barcos.

Mussolini, en automóvil,
da su paseo matinal;
Mussolini, a caballo,
en su ejercicio vesperal;
Mussolini, en avión,
de una ciudad a otra ciudad.
Mussolini, bañado,
fresco,
limpio,
vertiginoso.
Mussolini, contento.
Y serio.

¡Ah, pero los soldados
irán cayendo y tropezando!
Los soldados
no harán su viaje sobre un mapa,
sino sobre el suelo de África,
bajo el sol de África.
Allá no encontrarán ciudades de papel;

las ciudades serán algo más que puntos que
hablen con verdes vocecitas topográficas

hormigueros de balas,
toses de ametralladoras,
cañaverales de lanzas.

Entonces, los soldados
(que no hicieron su viaje sobre un mapa)

los soldados,
lejos de Mussolini,
solos;
los soldados
se abrasarán en el desierto,
y mucho más pequeños, desde luego,

los soldados
irán secándose después lentamente al sol,

los soldados
devueltos
en el excremento de los buitres.

autógrafo

Nicolás Guillén


«Cantos para soldados y sones para turistas» (1937)

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