V
Deja que una vez más te nombre, tierra,
y que mi lengua sepa a tu sustancia.
Mi tacto se prolonga
en el tuyo sediento,
largo, vibrante río
que no termina nunca,
navegado por hojas digitales,
lentas bajo tu espeso sueño verde.
Atado a este cuerpo sin retorno
te amo, polvo mío,
ámbito necesario de mi aliento,
ceniza de mis huesos,
ceniza de los huesos de mi estirpe.
En tu boca me planto,
a tu roca confío
aquello que me invade
y aquello que conquisto:
mi cuerpo, que me fija
y en sus huesos limita mi destino,
y el cuerpo que se abre
y en su tímida gracia me sostiene.
Tibia mujer de somnolientos ríos,
mi pabellón de pájaros y peces,
mi paloma de tierra,
de leche endurecida,
mi pan, mi sal, mi muerte,
mi almohada de sangre:
en un amor más vasto te sepulto.
Sepulto todo, tierra,
en tu fuego lo hundo alegremente:
tu misma esencia fiera
hostiga cada pulso.
Una vez más, sedienta tierra, canto;
canto de nuevo, siempre,
desnudo como tú,
ciñendo una cintura,
canto, cantamos
bajo tus anchas manos que nos llueven,
como dos hierbas puras,
como un árbol azul,
tal una sola flor que te resiste.
Octavio Paz, 1935
Versión proporcionada por Dina Posada.