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Poema XXVIII: SOY YO AQUEL CAMINANTE

Aún no he plantado mi viñedo,
ni me he nutrido con la savia esencial.
Se escuchan voces a lo lejos,
como voces de mujer,
como voces de viento;
son solamente truenos escasos
o nidos recién abandonados.
Me esperan en las veredas
los frutos de la noche indigente,
entregados en destinos aledaños
sobre algunas hojas transformadas.
Un trino despierta al espeso silencio
y condena a la flor
con un aroma inconcluso.
Un tímido destello reflejado
en algunas piedras.
Ríos que me enfrentan
a expresiones del manglar.
Caminante, soy yo aquel
caminante apacible
que desenreda a la naciente mañana
de entre las ramas cantoras y rizadas.
Entre espacios, entre memorias,
entre suelos, se destiñe la tarde,
los troncos, el frío, el silencio:
como una acuarela
derretida en la distancia.
Soy yo aquel caminante
que nace en los caminos
que lo llevan a casa,
que deshoja los cantos cromados
y apresura los confines
de una nube lánguida.
Caminante de florecimientos forjados
como abrazos callados.
Oscura impaciencia,
se agrietan los ojos de tanto esperar.
Sin darme cuenta ha caído el ocaso,
con su mirada invernal,
vestido de látigo,
y sigiloso como el vuelo de una lechuza;
pero no quiero refugiarme
en los brazos sencillos,
no quiero descansar
sobre destinos dormidos,
no lo quiero, no,
porque llega la noche
y aún no he plantado mi viñedo.

autógrafo

Alonso Véner


«Virtudes escondidas»

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