ETIOLOGÍA DEL DOLOR
Todavía resuena en el elástico
de nuestra garganta de leña,
el portazo en los bastones
oxidados
de una espalda
que ya no puede volver atrás...
Hay un avispero de botones en el suelo,
y sus uñas se grapan
al tinte que recorre
el parabrisas geométrico
de un automóvil
bajo el recorrido circular
de la puerta.
Para ella,
todos los días
aprietan del mismo modo
la irritación incrustada
en el timbre
que responde bajo el hueco inflamado
en los escombros
de quien ya no quiere recordar.
Es entonces,
cuando los azadones metálicos del lacrimal
aprietan con fuerza
los surcos
de las cartas que ya no abre
en el miedo de impregnarse
de aquello que algún día descubrió
bajo el motor
que nos edifica
sobre los piñones engrasados
del rascacielos.
Sin embargo,
prefiere alejarse,
a través del cigarro
que filtra
la deformidad escolar
con la certeza inconclusa
en la muerte del poeta.
Es así como la astenia
sepulta el raspador
de quien sólo ve su crecimiento
en el trasatlántico
que navega sobre una cremallera
que hilvana con tornillos de azufre
el marco que retrata
la savia
en el insulto
donde los marineros atajan su indiferencia
con un troquel
plastificado en un residuo de monedas.
A ella le debemos tantos cementerios de asfalto,
donde se esfuerza en arrugar el neón de su sonrisa
sobre la agonía de unos bosques,
que sin saberlo,
todavía echa de menos...
David Fernández Rivera