QUÉ DIJO
A ver dónde estás me siento.
Ayer
la antelación centrífuga
que te anunciaba
daba vueltas en mi centro,
o yo vueltas sobre las ganas,
o mis vueltas sobre las vueltas,
contrarias, encontrándose,
torturándose en un enroscamiento
desesperado hasta que
llegaste.
Anunciaste que
me querrías
o que lo hacías
o que ya
había pasado.
Entonces di atropelladas
vueltas
sobre vueltas, sobre líneas
rectas, perdí
la calma chicha de tu pecho, entre amables imperturbadores,
entre espejos odiosos en repiques de cómo soy, y por eso quién,
en una nocturnidad imantada que esquivaba, contra las luces, mirando
abajo, llevando de lado la mirada en busca
de íntimas respuestas que sobresalieran, o susceptibles
de llover, tras la piedra o en su golpe, o en uno de suerte,
o tras el concejal veredicto de una oligarquía favorecedora, divina
esperanza que no se callaba sino que ronroneaba
ahogada pero
segura
tras el dúo suspiratorio, tras la faz, tras
el fin, o iniciando desde el confín a aquí, nuevamente reclamando
los sentidos puntos consecutivos, tres, cuatro, todos los puntos,
todos los años, todos
los daños, los granos y los segundos de arena
a un reloj implacable y maduro.
Ayer
todavía después
me dijiste que sí
estarías por ahí,
mano al pecho de los convencidos
echaste por mí, espléndido de conocimiento en ver
qué hermandad nos uniría, hasta el punto en que,
minutos después,
nada podías ofrecer
pues el mando lo llevan
un abismo y un metrónomo fotografiado.
Hoy
a la vera voy,
pies al charquito
de los desconvencidos
o mirando cómo caen
los años sobre las imaginadas nubes
de mi percepción distorcionadas,
plásticas y cantantes,
las sonrisas sobre el eco todavía
de tu voz, que dijo...
¿te amo?
Iván Francisco Sierra