POLILLAS

La noche se erguía grave. Previsible. Efímera. Yo malgastaba mi odio mirando la silueta de la mujer, apenas dibujada por la penumbra del apartamento de enfrente. En el dormitorio las luces se apagaron súbitamente y sucedieron extrañas alegorías.

Aves zancudas, de enormes picos, vestidas de blanco bailaban a mí alrededor. Largos collares de perlas colgaban de sus cuellos.

Se movían de forma frenética al ritmo de una música que nunca supe de donde provenía.

Yo vomitaba luces de colores.

La música se detuvo.

Las luces se encendieron.

Las aves levantaron vuelo.

Todo quedó en calma.

El afiche pegado en la pared del dormitorio sentenciaba: "Sabía que no vendrías / la noche es sedosa como las cenizas / que una polilla deja entre los dedos".