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RECORDADO SEA QUE VINO DEL MAR

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  La voluntad de los carbones esconde los juguetes en un sumidero en las arenas. No crascitan las plumas en medio de las piernas. Los dedos se recogen hacia las manos lenta pero inevitablemente. Las tormentas se escuchan en el cerro. Las palabras se quedan pequeñas e inútiles, murmuran y caen cansadas. Las palabras se enflaquecen como una abuela vieja.

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  Las palabras resienten las misiones que damos. Las palabras se encogen como materia que regresa a la tierra. Hay una paz de paredes quebradas. Las tortugas salen a los huertos y arrastran de sus patas las palabras. Las tortugas invaden y dan en préstamo sus caparazones de plástico y tejas.

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  En todas las tardes de todos los días yo me he sentado a esperar la paz que siempre me llega. La paz me es impuesta. La paz que me llega equivale a partida tras los caracoles y las tortugas me dejan sus caparazones cargados de especias. La paz me es impuesta. Me pregunto al caer en el seno de mis duros protectores si la paz que me han dado no equivale a pena.

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  En las tardes sentado a la espera interrogo a los mares si mis pies admitidos serían caminando hortalizas y esculpiendo manglares. En la paz de mis brazos caídos pregunto a los mares si la sal es buena para devolver la fuerza a las palabras. Pregunto a la bóveda que una gaviota esmera porque me empeño en dar a las palabras potencia de linterna.

                          5

  Mi paso es muy lento. Los caminos los sé de memoria, pero mi costra pesa. Mi paso es tardío. Mi cabeza se bambolea con ritmo de yoyo de niño. Mi paso no cansa, carece de efecto, pero deja péndulos a mi encogimiento y da olor de insecto a mis canciones.

                          6

  Me hago de los helechos. Unicelular es mi paz en los confines. Alguien me ha dicho de una palabra que ensalma, de una palabra que al invocarla acerca los confines y abre las ostras y anuda los tentáculos de los grandes peces. Alguien me ha dicho de esa palabra y me lanzo desde mis orillas en las tardes quietas cuando espero la paz que siempre me llega. Alguien me ha dicho y yo siempre buceo; llevo escafandra y tubos, llevo traje ligero, llevo líquenes, llevo ensalmes, llevo en mis brazos peso, membrana llevo entre los dedos. Los habitantes de la paz marina miran el cristal de mi escafandra y descubren que llevo una pecera en lugar de cara.

autógrafo

Teódulo López Meléndez


«Los folios del engaño» (1979)

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Incluido en Los folios del engaño. Editorial Monte Ávila, 1979.