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HABLA EL HUMO EN EL VIENTO DE LA MANZANA

Nada me produce tanto terror
como una mujer encinta
porque su capricho puede convertir la manzana
en ahumado viento.
Esto y el que los insectos se hagan oír
de los poderes públicos,
cuando la manzana de todos los humos
destroza los zarcillos del trigo en las fiestas
gastronómicas de los hongos,
es tan elementalmente arbitrario
como el encuentro de una sirena disecada
entre las páginas de un libro.
Mi humo elegiría como destierro
aquel país que estuviese habitado
por estatuas desconocidas.
El aire de mi vuelo piensa
simultáneamente con un timbre
que el perfume de un silbo prolongado
es el de un horizonte que condujese
una transfusión de rumores entre fruteros.
Y el de mi manzana
tendría las horas quemadas por el remordimiento
de no ser un volcán submarino.
Mis tres elementos coinciden sin embargo
en que el mejor instante
para bautizar un cocodrilo es aquél
en que un arroyo cabalgue sobre el humo del .desengaño,
a espaldas del hastío,
fertilizando mi pulpa gris madura.
Esto no es óbice de nieve
para que mi única mancha consista en no disponer
de una alcayata en donde colgar mi pensamiento.
Bien veis qué sencilla es mi historia de enana titiritera
y de cómo todo lo ignoro si me pregunta el mar
y cómo todo lo sé
si un locutor pez terremoto me interroga.
Aún así
la madera con que se construyen los guardabosques
es de risa de sándalo y flores de mazapán muy estudiosas.
Tal vez por eso
hay un signo capaz de despertar unos ojos
y unos hombres que esperan una flecha vestida de arlequín
y un espejo que se suicida en la boca de un muerto
como síntomas de una neurosis de venganzas y de prisiones.
Por toda nuestra vida de intrigas diplomáticas
mi última voluntad
es dejar en herencia mi tripartito avatar
de la siguiente arca de confites:
la manzana
al aroma de una bombilla fundida;
el humo
al oso de seda para que respire panderetas
y mi aire
a los castillos que levantan los desiertos.
Con estas disposiciones, segurísimo estoy,
dejará de salir el sol todos los viernes.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Dársena con despertadores» (1936)

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