SUEÑO DE TRINCHERA
He llorado esta noche un sueño escarchado de nardos y fusiles.
Estabas tú vacía, arrodillada como un caracol en un tajo de alba,
al pie de una ballena clavada en una cruz de alas de menta.
Dos máuseres ardían el cirio resplandeciente de sus bayonetas
y un trapecio de verdes colas de luceros
columpiaban un saxofón equilibrista.
A él tendías la mirada,
ese anillo que se parte en tus cejas y rehace en tus labios.
Pero tú te tentabas sin hallarte en ningún rincón de tu cuerpo
porque la luna te ilumina tan sólo donde mis manos la encienden.
Así que estabas en un éxtasis invertido,
esperando un sólido aire de carne tibia que rizase
la espuma naciente del deseo, chocando en acantilados imposibles.
A lo lejos graznaba la corneja de una ametralladora
que quería ponerse al compás de tu sangre en mis sienes
midiendo tus minutos con los míos.
Después te levantabas y te ponías en lugar de la ballena
y ésta se arrodillaba proyectando un lanzazo de hieles a tu costado,
chorro que me caía en rocío de hielo
sobre un horno encendido con ponientes de arrayanes.
Y fue entonces cuando yo te desclavo
poniéndote un vendaje de estrellas machacados con ajos y delirios.
Y los tres despertamos en los brazos cruzados del insomnio
de aquel soldado anónimo que vestido con pieles de angustia
canaliza a países donde nunca muere el olvido.
Pedro García Cabrera