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TERCERA JORNADA

ENCUENTRO EN LA PLAYA CON ELLA DORMIDA

Blandas de luz las aguas de mis sienes,
nadadoras de sal y de ternura,
gano la tierra firme de tus hombros
en el friso de nardos de tu sueño.
¡Qué campanada de cristal de roca,
dura a mi pie, alada en su regazo!
Oh, nieve dulce, oh júbilo de mármol,
que atináis con la forma verdadera
de la real presencia de mis fugas.
Estas si son miradas, ojos míos,
en las que vivaquean los contornos
de una isla invernada entre mis hielos.
Quedan atrás cerradas galerías
en donde el tiempo cuaja sus arterias
cristalizando médulas de río.
Atrás una obsesión de corzas blancas
por los desfiladeros de mi frente,
la escondida arañita que nos habla
de que hay un cielo de color de rosa
para cada arcoiris pensativo
y la espera del viento en mis planicies
haciendo solitarios con la arena.
Quedan también, arriba, desniveles
de apasionadas piedras oscilantes,
la fuentecilla azul de la ternura
pensándole mis bosques a tus cimas,
y mis manos, en vilo de tormentas,
buscando en nubes, tardes y sonidos
el alfiler dorado que encantara
tu vertical frescura de arroyuelo
en el sediento cauce de mi sombra.
Pero ya tú me aguardas en la linde
donde los gnomos tenues del silencio
custodian tu dormido altorrelieve.
Densa, mate, pianísima blancura.
No es que el alba, abrevándote, se adentre
en una metafísica de armiños.
Es que de tus caminos interiores
la blanca noche boreal trasmina.
Y dentro de su efluvio constelado
nunca ya se herirán mis esperanzas
en los vidrios descalzos del anhelo.
La ciudad de tu sangre se aplacerá
en rescoldos de lentos toboganes,
en extasiados léxicos de curvas,
en un acorde de amapola y lago
debajo de tu espuma iluminada.
Ahora arrastrarán los manantiales
con mayor pesadumbre sus cadenas.
Una onda levísima concluye
de acertarse en la diana de tus labios.
Debe de ser un trémolo del aire
moviendo tus visillos en penumbra
o un peso de espiral que se amortigua
en la música oscura de la niebla
al ludir tus vertientes de campana.
Me acerco más al centro de mí mismo.
Y cuando ya me toco el pensamiento
me salen al encuentro tus cercados.
Da gozo andar con la alegría abierta
por la flor de tu noche en pleno día.
Aún están las fuentes acostadas
en el lecho natal de sus espejos
y a pie firme sostienen tus columnas
su inmóvil teoría de cigüeñas.
Pasan, reflexionando golondrinas,
rampas que te llevaron entornada
al ancho soportal de tu reposo.
Y abandono el instante a su albedrío.
Restituyo mi arena a los desiertos,
mis salinas redondas a los mares
y los labrados trinos del instinto
al alma de cristal de los oboes.
Me desnudo contrastes fronterizos.
Desprendo mis barrancos y costados.
Me derramo piteras y canales.
Pongo puentes de plata a las huidas.
Y tan a la intemperie me consigo,
tan atmósfera mía, tan vilano,
que podrían cruzar mis accidentes
por las rendijas últimas del frío
sin rozar los colmillos del invierno.
Todo tiene una paz que ya es la mía:
te oigo crecer la hierba del olvido
y latir intervalos de corales
en la ola varada de tu pecho.
Y me siento llenar las oquedades
que te dejara el eco y la distancia,
los muelles pasadizos que te esfuman
a un interior de órgano callado,
claustros que aposentaron novilunios
y repliegues de cóncavas nostalgias.
Y voy pisando sólidas ausencias,
ansias vacías, bronces reprimidos.
Todo guarda una voz que será nuestra:
los inocentes lirios condenados
a cadena perpetua de medusa,
el remanso que deja la arboleda
armado con la hoja de un cuchillo,
el estrellón rompiente y el mal tiempo
que llama inútilmente a las posadas.
Y aún los acericos del insomnio,
lo que se afile tenso de futuro
con voluntad de flecha dirigida,
todo lo que se abisme en sus raíces
para volar por diáfanas mesetas
tendrán en nuestra voz un rinconcito
donde duerma su afán cada palabra.
Aplicando el oído a tus paredes
presiento, en una pausa de volcanes,
como un vagido en ciernes de ciclones,
malezas que se atigran los costados,
ánforas con violencias desgarradas,
rotos agravios, ráfagas ardientes,
sótanos vivos y ásperas tinieblas.
Y mientras escuchaba lejanías
que me iban invadiendo lontananzas,
hace entrada el cortejo luminoso
del ámbar de la luz por tus pasillos
con su albornoz de pálida bengala.

autógrafo

Pedro García Cabrera


«Viaje al interior de tu voz» (1944-1946)

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